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ikurriña, se convierten en los símbolos de esta nueva identi- ty & Borroka 50-4). En lugares como Madrid ello se escinde
dad (Letamendia, “Historia del nacionalismo vasco” 335-6). entre, por un lado, una “movida madrileña” de componen-
Una identidad que, aún clandestina, se convierte en hege- tes de clase media-alta (Lenore n.p.), fruto de la posmoder-
mónica, a la luz del día, y es fundamentalmente transgre- nidad en su fórmula neoliberal y acrítica, y contracultu-
sora y anti-represiva, optimista respecto de un nuevo tiem- ra espectacularizada en el espacio concedido por el sistema
po que se considera imparable. Y esta nueva identidad tiene (Pérez Manzanares 121); y por el otro, un rock urbano que
especial expresión emotiva en la música, y los kantaldis, los se refugia en la identidad y cotidianeidad de la vida de los
festivales, se convierten en una suerte de catarsis colectiva. barrios periféricos (Del Val). Así, lo culturalmente correc-
Con todo, los cantautores más politizados quemaron rá- to consistiría en un arrinconamiento de toda actitud crítica
pido su discurso estético, en un momento, además, en el en aras de un espíritu conciliador, que celebraba la cultura
que las opciones laborales en el campo creativo comenza- como fiesta, es decir, como ámbito segregado de las tensio-
ban a multiplicarse atrayendo a muchos de ellos. El fenó- nes sociales y políticas (Echevarría).
meno, con todo, tuvo una continuidad más larga en Ipar En las tierras vascas, sin embargo, los acuerdos de refor-
Euskal Herria (Bidegain). Y del norte comenzarían a llegar ma del Régimen son confrontados con un fuerte rechazo
también nuevos sonidos, de la mano del grupo Errobi: el político, atravesado por la realidad traumática de las distin-
rock. Finalizando la década de 1970 parece constatarse el tas violencias (hasta 4 organizaciones armadas activas y una
agotamiento de un ciclo cultural. En 1981 solo se editan persistente represión), y el profundo impacto de la crisis y
11 LPs de música vasca: “se estaba agotando un ciclo disco- reconversión industrial, con unas tasas de desempleo juve-
gráfico comenzado hacia 1967 con la implantación de los nil que alcanzaban hasta el 40 y 50%, y unas resistencias
sellos vascos, en el que se habían publicado, en la etapa 67- obreras que en algunos casos se convierten en auténticas
76 un total de 50 LPs y 220 singles o EPs” (López Aguirre guerrillas urbanas, como en el caso de los Astilleros Euskal-
129). duna (Del Amo, Party & Borroka 54).
En este contexto, la heroína encontraba un terreno abo-
“No nos tragamos vuestra mierda”: el punk y la negación creativa nado. Pero también otros referentes culturales distintos de
la celebratoria movida madrileña o la reclusión del heavy y
Los años posteriores a la reforma del Régimen dictatorial el rock urbano: el no future del punk y su capacidad para co-
franquista, a finales de la década de 1970 y principios de la municar algo aquí y ahora, el estallido de lo que vino a eti-
de 1980, se caracterizan por un descontento y sensación de quetarse como Rock Radical Vasco, RRV (Del Amo, Party
exclusión entre la juventud para con los acuerdos de la re- & Borroka 55-59). Entre una gran parte de unas generacio-
forma, que resultarían un pacto entre élites (Del Amo, Par- nes jóvenes que demográficamente eran aún muy numero-
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Revist a de alces XXI Número 4 , 2019-2020