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la de la obra teatral de Buero Vallejo. Como en Historia de   una posición dominante, llegando hasta a imponer sus sig-

 una escalera, los peldaños y los descansillos son testigos del   nos culturales, desde “el delirio barroco” de la mesa, a “la

 inmovilismo social y de la penuria tanto material como aní-  redistribución de bibelots” que transforma todas las super-

 mica de los habitantes de un inmueble madrileño. Este in-  ficies del riurau en “altarcillos donde rezar un padrenuestro”

 movilismo parece caracterizar también la siguiente novela.   (2012: 307). Estas figuras se mueven en suma en espacios

 Las tres generaciones de gemelas —su repetición de rasgos   marginales con diferentes niveles de centralidad, o en cen-

 físicos— apunta y se extiende a una repetición de situacio-  tros con diferentes niveles de marginalidad que correspon-


 nes: mismos celos, mismos temores, mismas violencias. El   den a la fundamental tensión entre centro(s) y marginalida-

 lugar tan excepcional de Un buen detective no se casa ja-  d(es) de la postmodernidad y de su focalización principal:

 más —el riurau de la costa mediterránea con sus espacios   la oposición constante entre nuestro yo dominante y nues-

 abiertos y su magnífica piscina— es un lugar aislado, difí-  tros “otros yos”, y entre la globalización uniformadora y las

 cilmente alcanzable y por ello igualmente claustrofóbico. Es   identidades culturales individuales.

 un foco de tensión entre centro y márgenes: por una par-  Frente al punto de vista hegemónico, inmóvil y homogé-

 te sus rubias dueñas adineradas —las que quieren salvar su   neo del hombre blanco, burgués, heterosexual y adulto, na-


 patrimonio, como Ilse y Janni que con la complicidad del   rrador de la novela moderna, las novelas postmodernas de

 marido de Amparo, la tía ludópata, la matan para “conser-  Marta Sanz presentan un enfoque polifónico, móvil y mul-

 var el pan de sus nietecitas” (2010, 267); y las que, víctimas   tiforme que resulta de la alternancia y combinación de dife-

 de la sociedad de consumo, lo despilfarran, como Amparo,   rentes narraciones homodiegéticas y discursos directos. Ar-

 con su patológica afición al juego y su prodigalidad, y Ma-  turo Zarco —el protagonista que se mueve entre las siluetas

 rina, con sus compras compulsivas—. Por otro lado se en-  multiplicadas de los vecinos de Black, black, black, y de las

 cuentran los invisibles trabajadores del riurau, imprescin-  mujeres duplicadas de Un detective no se casa jamás— es el

 dibles para su funcionamiento, cuya existencia se nota solo   epítome de este narrador postmoderno liminal y amovible.

 cuando se ausentan: “El servicio deja de ser un ente fantas-  Es un hombre gay que se ha casado con una mujer hetero-


 magórico. Identifico a Loli y al hombre de mantenimiento.   sexual para disimular su orientación sexual y por “esos pe-

 Hay también una criada joven. El chico que limpia la pis-  zones castaños de Paula capaces de mirarme con la misma

 cina y la planchadora no deben pasar la noche en el riurau”   melosidad que sus ojos” (2010, 115). Si rompe su matri-

 (2012, 200). O cuando recurren a la violencia. Al final de   monio, no por ello rompe su relación, manteniendo una

 la novela, la figura periférica de la criada indígena latinoa-  constante dependencia emocional de su ex. Su homosexua-

 mericana Charly afianza su identidad: se desplaza desde los   lidad no se presenta como el opuesto (la copia, diría Judi-

 márgenes al centro del relato y desplaza de su centralidad a   th Butler) de la heterosexualidad, sino como una noción en


 los individuos que lo protagonizaban. Termina por asumir   continuo movimiento que se sitúa entre los “intersticios”






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 Revist a   de   alces   XXI                                  Número  2 , 2014-2015
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