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personajes reproducen el registro natural de la conversación
en aras de la verosimilitud, los cuentacuentos conservan la
proyección de esta en un registro impostado, rítmico, en
perfecta adecuación con su naturaleza.
El cuentacuentos no es un personaje, es un narrador. Tra-
tará a los personajes como él desee, se transformará en el
personaje mediante el gesto y el cambio en el registro de su
voz, o nos transmitirá las palabras y los sentimientos de los
personajes de sus cuentos en estilo indirecto. No está some-
tido al personaje, su única obligación es la de plegarse a las
reglas del narrador. Su posición en la ficción es muy simi-
lar a la de un autor. Desde la voz puede rellenar las elipsis
de la trama: introducir una reflexión, para lo cual alterará
el registro para representar la confidencia acercándose a un
tono similar al del habla convencional. También rellenan-
do las lagunas inventará un escenario, dará unos marcado-
res de tiempo, época y lugar o suspenderá la historia colga-
da solo de los personajes. Y las elipsis le permiten incluso
invitar al público a participar en la historia mediante apela-
ciones o conversaciones no pactadas con anterioridad. Esta
es la esencia de su figura, lo que le separa radicalmente de la
ficción escrita. El reino del cuentacuentos está en el territo-
rio de lo auditivo, lo visual es otra forma de representación
simultánea y enriquecedora, y la combinación de ambas, la
piedra angular de su arte.
El cuentacuentos incorpora sus habilidades a su narra-
ción: canto, danza, música, trucos de magia, malabaris-
mo… Si es un buen mimo, introducirá un momento en la
narración en la que será su gesto y no su voz el que narre
determinado episodio o escena. El arte del cuentacuentos es
flexible y se enriquece de otras disciplinas. Puede narrar un
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cuento con papiroflexia, dibujar un mural con la participa-
ción de los espectadores. Es en esta interdisciplinaridad en
lo que se separa del fenómeno del filandón para aproximar-
se a los juglares, al teatro popular que, como afirma Peter
Brook, es el que salva una época. En este caso, representa
1
los cambios de la nuestra, anticipándose al registro escrito,
más reticente a fijar las tendencias hasta que no se oficiali-
zan en el concepto de vanguardia.
Oralidad y memoria
El cuentacuentos nos ofrece un relato permeable, que se
adapta a las circunstancias de tiempo y lugar. El contex-
to físico altera el carácter, el ritmo y hasta la propia ficción
que se adapta a lo que sucede en el preciso instante en que
se cuenta la historia, integrándola como motivo del relato:
un chaparrón que pone un ostinato de fondo a la represen-
tación; la proximidad de una fiesta significativa, como la
Navidad; la irrupción de un espectador impuntual en el re-
cinto, el estornudo de un asistente, etc. Los personajes del
cuento narrado, que hasta entonces nunca habían estornu-
dado, estornudan ahora y dan pie a la respuesta constante
del público cada vez que el narrador simula el estornudo.
El público es incorporado a la narración de la historia.
Los recursos del cuentacuentos para esta integración muy
a menudo son los mismos que utiliza la literatura escrita,
pero con respuesta inmediata y no imaginaria: la función
apelativa, la ruptura de la acción increpando directamen-
te al espectador, invitándole a participar dando su opinión
1 Brook, Peter. El espacio vacío: arte y técnica del teatro. Barcelona: Edicio-
nes B, 1973.
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Número 2 , 2014-2015