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reparación de herramientas. Escuchar historias mientras se
realizan estas actividades es una forma de ocio documen-
tada en las culturas más primitivas. Y la voz no necesita de
más concurrencia que el oído. En esto el cuentacuentos se
separa del teatro, lo que no significa que los marcadores vi-
suales estén completamente ausentes en sus reuniones.
Los espectáculos teatrales más antiguos definían el carác-
ter de los personajes que intervenían en la trama mediante
una máscara. Todos estamos familiarizados con su gesto, el
de la risa para el personaje cómico, el grave para la tragedia.
Tras la máscara, el nexo del actor con el personaje, se pro-
yectaba la voz.
¿Qué caracteriza al cuentacuentos?
Su máscara no es la réplica convencional y material de un
estado de ánimo, sino el estado de ánimo genuino y deri-
vado de una representación artificiosa. Es este, el estado de
ánimo, el instrumento que individualiza al cuentacuentos
frente al resto de los espectadores si nos detenemos a obser-
var que la narración puede tener lugar no en un escenario,
sino entre el público mismo, sin diferenciación entre narra-
dor y espectadores.
El cuentacuentos prescinde de la máscara como objeto.
Es portador de lo cómico y lo trágico, es todos los persona-
jes y la esencia de la historia. En consonancia con su rela-
to y su personalidad, elige su caracterización, que puede ser
real (camisas llamativas con soles estampados, ropajes estra-
falarios o el negro riguroso y minimalista del mimo) o vir-
tual (chales o bufandas que no existen más que en el gesto
de manipularlas, largas faldas que hay que colocar de cuan-
do en cuando o un tic que caracteriza a un personaje). Los
objetos que aparecen en la narración pueden también ser
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reales o imaginarios (espadas, piedras, arcos y flechas, paste-
les, cacerolas, escalas, obstáculos…). La habilidad del cuen-
tacuentos como mimo condiciona la presencia o ausencia
de atrezzo.
Como la máscara es un marcador visual, enfrentados a
la búsqueda de una máscara todos contestaríamos al uní-
sono que la máscara no es necesaria como objeto, que pue-
de ser suplida por el maquillaje, y vamos a representarnos a
los payasos de circo, que no llevan máscara, sino una gruesa
capa de pigmento que nos muestra quién es el payaso triste
y quién el payaso cómico, y vamos a pensar también en que
existen agrupaciones de payasos en las que uno de sus com-
ponentes es un payaso gris, el que se caracteriza de un hom-
bre cualquiera que sale a trabajar todos los días, el que en-
carna la voz del sentido común y la sensatez, que suele ser el
que lleva las riendas del diálogo surrealista de otros payasos
que encarnan las emociones. El payaso gris es el que pres-
cinde del maquillaje-máscara. ¿Su cualidad de intérprete es
marcada por su presencia en un escenario y la proximidad a
otros personajes caracterizados? Es su relación con el públi-
co, la forma de dirigirse a él de palabra o a través del gesto,
lo que marca su condición de intérprete.
Si reparamos en que el cuentacuentos podría ser ese paya-
so gris sin escenario, ¿cómo afirma su carácter?
En primer lugar, como el payaso triste, a través de su re-
lación con el público, en su forma de dirigirse a él. En una
tensión postural y en la impostación de su voz.
La máscara del cuentacuentos es la voz, una proyección
de esta y un tono tan diferentes del registro y la musicalidad
de la conversación cotidiana que acaba invistiéndose de los
atributos de la máscara. Mientras que en la escena teatral los
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Número 2 , 2014-2015