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Spinoza escribe que las almas “no surgen de esqueje o mo de la violencia, “el poder que posee de transformar a los
mugrón” (Pensamientos, 294), el tallo o vástago que se entie hombres en cosas” (34), de abolir el alma tanto de quien la
rra para que arraigue y reproduzca, pero en nuestra moder co mete como de quien la padece. Aurelio Arteta a buen se
nidad es de temer que las identidades sí surjan de esa forma. guro añadiría que también de quien mira para otro lado y de
Son calcos, duplicados, como los de las llaves, reproduccio alguna forma la consiente.
nes más o menos troqueladas. Ni que decir tiene, claro está,
que en nuestro mundo funcionan, echan buenas raíces, cun La deliberación y el amor
den y abren puertas. Pierre Clastres, el malogrado discípu
lo que le salió rana a Levi Strauss, al analizar las causas de la Frente a ello, en la propia Ilíada, a los hombres les es dado
violencia en las sociedades primitivas —cuya condición de encontrar su alma según Simone Weil en “momentos breves
posibilidad y estructura vital es la guerra—, va descartan y divinos” —“para perderse enseguida bajo el imperio de la
do progresivamente, con convincentes razones, su origen fuerza”— de dos modos: cuando aman y al deliberar con sigo
naturalista, depredatorio, de caza y adquisición alimenta mismos. El alma, podríamos apurar, es la deliberación y el
ria; también su justificación económica, por escasez de bie amor propiamente entendidos, lo que distingue y junta, dia-
nes materiales, que al no haberlos para todos ocasionaría loga y abarca, la razón y el amor, la auténtica razón de amor.
violencia, y por último su origen en el fracaso de los inter Es la contienda interior antes del derramamiento de sangre,
cambios, según preconizaba su maestro. No, la verdadera el problema y la pregunta previos a ninguna resolución, la au
causa de la violencia, sostiene Clastres, es la voluntad de afir téntica discordia a cuyo vigor le cabe hasta preservar de la co
mar una identidad, la diferencia respecto a los otros (183 sificación de la violencia.
216). La afirmación y el mantenimiento de las identidades Amor, en términos de Banhoeffer, es no tanto un sen
—pueblo o persona, casta o clase, podríamos apurar— es lo timiento cuanto una voluntad, la voluntad de mantener la
que genera violencia. comunidad con el otro; deliberar consigo es la voluntad de
Desde otro sesgo, Simone Weil, en su estudio sobre la mantener la distinción con uno. Distintos de nosotros mis
violencia en la Ilíada de Homero, tan brutal y cruel como mos —pensativos— y comunes al otro: eso es alma. Idénti
omnipresente —la primera palabra del primer texto de cos a sí mismos y distintos del otro: eso es identidad. Pero
nuestra civilización es “ira”, ha subrayado al respecto Pe “no es posible amar y ser justos —dice Weil— más que si se
ter Sloterdijk (12)—, habla del poder de la violencia para conoce el imperio de la fuerza y se sabe no respetarlo” (41).
convertir en cosa tanto al que la sufre, que es ya solamente un La conciencia, sin embargo, es “lo más inacabado y lo
mero “compromiso” “entre el hombre y el cadáver”, escribe, más endeble en el organismo”, escribe Nietzsche, y hemos
como a quien la comete. La violencia “petrifica el alma” de tomado “poca precaución en adquirirla” (El Gay Saber, 76
víctima y verdugo, dice Weil, la cosifica; ése es el secreto últi 77). Es pues algo que se “adquiere”, que se está siempre ad
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Revist a de alces XXI Número 0 , 2012