Page 325 - Revista0
P. 325

Spinoza escribe que las almas “no surgen de esqueje o   mo de la violencia, “el poder que posee de transformar a los

 mugrón” (Pensamientos, 294), el tallo o vástago que se entie­  hombres en cosas” (34), de abolir el alma tanto de quien la

 rra para que arraigue y reproduzca, pero en nuestra moder­  co mete como de quien la padece. Aurelio Arteta a buen se­

 nidad es de temer que las identidades sí surjan de esa forma.   guro añadiría que también de quien mira para otro lado y de

 Son calcos, duplicados, como los de las llaves, reproduccio­  alguna forma la consiente.

 nes más o menos troqueladas. Ni que decir tiene, claro está,

 que en nuestro mundo funcionan, echan buenas raíces, cun­  La deliberación y el amor


 den y abren puertas. Pierre Clastres, el malogrado discípu­

 lo que le salió rana a Levi Strauss, al analizar las causas de la   Frente a ello, en la propia Ilíada, a los hombres les es dado

 violencia en las sociedades primitivas —cuya condición de   encontrar su alma según Simone Weil en “momentos breves

 posibilidad y estructura vital es la guerra—, va descartan­  y divinos” —“para perderse enseguida bajo el imperio de la

 do  progresivamente, con convincentes razones, su origen   fuerza”— de dos modos: cuando aman y al deliberar con sigo

 naturalista, depredatorio, de caza y adquisición alimenta­  mismos. El alma, podríamos apurar, es la deliberación y el

 ria; también su justificación económica, por escasez de bie­  amor propiamente entendidos, lo que distingue y junta, dia-


 nes materiales, que al no haberlos para todos ocasionaría    loga y abarca, la razón y el amor, la auténtica razón de amor.

 violencia, y por último su origen en el fracaso de los inter­  Es la contienda interior antes del derramamiento de sangre,

 cambios, según preconizaba su maestro. No, la verdadera   el problema y la pregunta previos a ninguna resolución, la au­

 causa de la violencia, sostiene Clastres, es la voluntad de afir­  téntica discordia a cuyo vigor le cabe hasta preservar de la co­

 mar una identidad, la diferencia respecto a los otros (183­  sificación de la violencia.

 216). La afirmación y el mantenimiento de las identidades   Amor, en términos de Banhoeffer, es no tanto un sen­

 —pueblo o persona, casta o clase, podríamos apurar— es lo   timiento cuanto una voluntad, la voluntad de mantener la

 que genera violencia.  comunidad con el otro; deliberar consigo es la voluntad de

 Desde otro sesgo, Simone Weil, en su estudio sobre la   mantener la distinción con uno. Distintos de nosotros mis­


 violencia en la Ilíada de Homero, tan brutal y cruel como   mos —pensativos— y comunes al otro: eso es alma. Idénti­

 omnipresente  —la primera  palabra del  primer texto  de   cos a sí mismos y distintos del otro: eso es identidad. Pero

 nuestra civilización es “ira”, ha subrayado al respecto Pe­  “no es posible amar y ser justos —dice Weil— más que si se


 ter  Sloterdijk (12)—,  habla  del poder de  la violencia para   conoce el imperio de la fuerza y se sabe no respetarlo” (41).
 convertir en cosa tanto al que la sufre, que es ya solamente un   La conciencia, sin embargo, es “lo más inacabado y lo

 mero “compromiso” “entre el hombre y el cadáver”, escribe,   más endeble en el organismo”, escribe Nietzsche, y hemos

 como a quien la comete. La violencia “petrifica el alma” de   tomado “poca precaución en adquirirla” (El Gay Saber, 76­


 víctima y verdugo, dice Weil, la cosifica; ése es el secreto últi­  77). Es pues algo que se “adquiere”, que se está siempre ad­






 324                                                                                                          325
 Revist a   de   alces   XXI                                              Número  0 , 2012
   320   321   322   323   324   325   326   327   328   329   330