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miseria y a un esfuerzo un azar, que en una cosa están tam­                                                             y la admonición, y también de la oración y la invocación y

         bién las cosas todas y en lo individual lo común: que es gue­                                                           no sólo de la evocación; el lugar del tanteo y el intento, del

         rra la hechura de todas las cosas y también guerra a la guerra.                                                         tiento, de la imaginación y asimismo de la reflexión; el lugar

         Y que olvidarlo es sinrazón, fanatismo, ceguera, la violencia                                                           de la palabra viva, punzante, decidora, enredadora y danza­

         de todas las violencias, violencia si se quiere necesaria o aza­                                                        rina, desplazadora y emplazadora, de la palabra que desvela

         rosa, instituyente o mantenedora, en términos de Benjamin,                                                              y a la par transforma (de la palabra que desvela la cosa y a

         violen cia mítica y sacrificial o bien divina, pero violencia al                                                        la vez es desvelada por ella), que desnuda y a la vez alum­


         cabo madre de calamidades (183). “Sólo pueden elevarse en                                                               bra, y de cuya violenta hospitalidad cabe que brote una suer­


         apariencia por encima de la miseria humana los hombres que                                                              te de sensación de plenitud y vigor, de pujanza de vivir y de
         disfrazan a sus propios ojos el rigor del destino mediante el                                                           aguante frente a los muchos impedimentos y pejigueras que

         recurso a la ilusión, la embriaguez o el fanatismo”, escribe Si­                                                        nos lo ponen difícil y a veces hasta parece que imposible: es

         mone Weil (43). Los hombres que no ven, que quieren no                                                                  el lugar de las vueltas de las cosas —en todos sus sentidos— y

         ver y deciden no ver.                                                                                                   de un andar a vueltas con ellas, contendiendo con una mo­

                                                                                                                                 dalidad de violencia que, bien ejercida, bondadosa, verdadera
         La promesa y el embrujo (el aguante y la pujanza)
                                                                                                                                 y bellamente ejercida, puede tal vez sustraernos a otras vio­

         La literatura que propugnamos, por el contrario, apuesta                                                                lencias mucho más sangrientas quizá por menos originarias.

         a la experiencia del cuidado y la escucha de la antitética ur­                                                          Esquejes y mugrones: del alma a la identidad.

         dimbre del lenguaje y las cosas, de su contradictorio y aza­

         roso trenza miento. Más que “imitar” la naturaleza, como                                                                Esa “contienda” originaria que “pasan los hombres sin enten­


         querían los clási cos, o “copiar” la “realidad”, como desean los                                                        der”, “como faltos de experiencia” de ella aun teniéndola, en­

         “realistas”, aspira a ver “el carácter terrible y enigmático de la                                                      cuentra también su escenario y su réplica, su fuente y a la par

         existencia” del que hablaba Nietzsche al final de su cordura                                                            su desembocadura, en algo que bien podemos seguir llaman­

         (el “carácter terrible y enigmático de la existencia” y también                                                         do alma, adentros, conciencia, en eso —el alma humana es

         del lenguaje, añadiríamos), y no sólo a verlo, sino a vivirlo y                                                         “una cosa pensante” (Pensamientos, 296), dice Spinoza, “no

         quererlo vivir para poder luego “redimirlo” transfigurándolo.                                                           existe ningún poder del alma distinto de la potencia de pen­

                Malamente, pues, si no se ve y no se vive ese carácter te­                                                       sar” (Ética, 248)— que buena parte de la mentalidad con­

         rrible y enigmático —malvado, añade Nietzsche en otro                                                                   temporánea, los ideólogos y clérigos de nuestras modernas

         fragmento— de nuestra existencia, si no se pone la vida en                                                              beaterías, aquellas que pocas veces nos damos cuenta que lo


         ello y luego en su redención, cabe poder acceder al gran arte                                                           son porque constituyen nuestras más apegadas costumbres y

         del relato, que es también por ello el lugar de la promesa de                                                           automatismos, intentan también consecuentemente liquidar

         vida y el  embrujo de vivir, del consejo asimismo, del aviso                                                            o bien reemplazar por un sustituto: la identidad.






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                Revist a   de   alces   XXI                                                                                                                                                       Número  0 , 2012
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