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bía pensado esa implicación de la violencia en el mecanismo   no en vano se hacía cábalas por cómo los hombres “pasan sin

 mismo de toda acción humana en cuanto acción casual, en   entender” esa razón común a todo y todos que es “contien­

 cuanto falta de fundamento natural (132).  da” y “guerra” y, teniendo experiencia de ello como tienen,

 La pretensión para nosotros de una “realidad” que sea   sabiendo en el fondo de lo contrapuesto y contradictorio

 anterior y esté fuera de las palabras, de una “realidad” sepa-  que es todo hasta el punto de que a la vez deja de serlo, “pa­

 rada de ellas, por debajo o por encima de ellas, ajena e in­  recen sin embargo como faltos de ella (32).

 dependiente a razón y relato, de una “realidad” en resumi­


 das cuentas sin “guerra” ni “contienda”, es, seguramente de   Instrumentalización y banalización del lenguaje y

 modo análogo a la pretensión de una vida que esté para no­  el relato

 sotros libre de muerte, la pretensión embaucadora y violen­

 ta por antonomasia. Una pretensión que, por el lado contra­  Hay una experiencia de la palabra, una práctica de la palabra

 rio, corre pareja a la persuasión idealista de un pensamiento   puede que ya hoy día hegemónica, que es la práctica instru-

 separado que, al final de su camino, pueda apropiarse y re­  mental del lenguaje y el relato. El lenguaje y el relato se con­

 solver esa “realidad” a secas dentro de sus aparatos lógico–   vierten en virtud de esa práctica en meros instrumentos, en


 conceptuales. La conciencia, al término de su recorrido, se   herramientas para algo, instrumentos de máquinas de poder,

 adueña en Hegel de lo “real” y lo hace suyo.   de querer. Anejas a ella encontramos otras prácticas como la

 De lo que, en nuestros siglos más recientes, ha dado de   de la banalización y el descuido del lenguaje, la de la ambi-

 sí  esa  extraordinariamente  bien  argumentada  violencia  del   güedad programada y de partida —tan distinta a la “guerra”

 idealismo —esa extraordinaria  hybris  del pensamiento se­  y la “discordia” de fondo de las que venimos hablando— y la

 parado y de la fuerza y la locura de su lógica— da cuenta la   de la habladuría y, en palabras de Heidegger, la “escribiduría”

 historia de la infamia y la devastación generadas por los ex­  (191).

 traordinarios dispositivos de las ideologías que de él toma­  El trato preferente con lo ingeniosamente anodino y lo

 ron aliento y respecto a los cuales cualquier olvido es grave   exquisitamente  inocuo,  el  “hablar  repetidor”  de  nuestros


 irresponsabilidad: el nazismo, los fascismos y comu nismos,   días al que también se refería Heidegger y el leer a la lige­

 y los nacionalismos de mayorías imperialistas o minorías re­  ra, por encima, a la carrera y de cualquier forma, el hojear,

 vanchistas. El suma y sigue, aun en tono menor, de esas vio­  el echar una rápida ojeada o un vistazo como sinónimos de

 lencias,  que  llegan  a  permear,  convenientemente  edulcora­  leer, y también el mariposear —zapear— distraída y disper­

 das, lo más vistoso y proliferante de nuestras “correcciones”   samente en todo, junto, por otro lado y como su estricto re­

 culturas, no hace, en quienes no pueden por menos de ado­  verso, a la utilización meramente instrumental del lenguaje

 lecer de un alma siempre en liza y en perenne construcción,   para lo que nos proponemos conseguir, determinan nuestro


 sino abonar una melancolía hermana de la de Heráclito, que   uso predominante y tantas veces exclusivo de la lengua y el






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 Revist a   de   alces   XXI                                              Número  0 , 2012
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