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haberlos inhabilitado para desarrollar por sí mismos cual-  Juntos bajo el mismo techo, Juan y Manuel, padre e hijo,

 quier tipo de tarea, habían contribuido a su infantilización   actúan como si uno fuera el alterego del otro. Uno insulta y

 como fruto del abandono reiterativo de unas instituciones   recrimina, el otro contesta con una ofensa y ambos se cru-


 en las que habían tenido que creer, de las que debían depen-  zan reproches hasta hacer de sus peleas la costumbre de dos

 der y que, todavía décadas después, les seguían mantenien-  personas que se sienten huérfanas en una misma familia, y

 do a la espera de buenas nuevas que debían llegar necesaria   en un hogar donde todo parece haber salido al contrario de

 y forzadamente desde fuera.   lo planeado; donde las taras afectivas de unos cuidados que

 Fuera, la ausencia prolongada de las promesas de ese bue-  nunca han sido suficientes ni serán los adecuados se tradu-


 nismo paternalista también cobra forma y resta vida en los   cen, ante la mirada extraña de la cámara, en la lucha encarni-

 descendientes de estos primeros habitantes de Avillar Chavo-  zada por el protagonismo que nunca han tenido en una his-

 rrós; en unas segundas y terceras generaciones nacidas en el   toria que tampoco perciben como propia. Una historia en

 barrio, que no conocen otra verdad que la de esas calles, y que   la que, tras producirse una “ruptura absoluta con su tiempo


 contrarrestan esa condena a un letargo involuntario con altas   tradicional”, como anuncia Foucault en su reflexión sobre

 dosis de vitalidad y energía. Con ellos y bajo el incuestionable   las heterocronías (Foucault 39), y yuxtaponerse simultánea-

 liderazgo de Juan, la cámara se recrea en vehículos conducidos   mente “lo próximo y lo lejano” (39), la convivencia incom-

 con celeridad por los recovecos de un barrio en el que solo se   patible de varias de sus versiones hace que sea imposible ya


 puede transitar en círculos cerrados tras ver cómo estos han   no solo distinguir el epílogo de su prólogo, sino discernir

 robado un coche por el mero placer de destrozarlo; presen-  dónde empiezan las culpas y terminan las responsabilidades

 cia cómo sueñan con las oportunidades que tendrán no tan-  de sus damnificados; si en una generación que se ahoga bajo

 to cuando sean mayores como cuando salgan del barrio a la   el peso de la frustración acumulada a lo largo del tiempo, y


 vez que presumen de sus nuevos alijos tras hurtar a toxicóma-  que se niega a renunciar al poder alucinógeno de unas pro-

 nos, familiares y vecinos; contempla cómo se abstraen en el   mesas adulteradas que todavía creen que pueden ser satis-

 consumo de placebos mientras atosigan a drogodependientes   fechas, o en otra que subsiste en ese presente continuo eva-

 para, a continuación, agredirse entre ellos; y se convierte tan-  diéndose de esa espera indefinida en lo fútil y lo pasajero de


 to en testigo como en cómplice de unos pasatiempos que no   la única verdad que conocen.

 son ni tan infantiles ni tan inocentes y que moldean, poco a   En ese mismo lugar y entre ambas heterotopías, una que

 poco, a perfectos personajes picarescos y neoquinquis. A ni-  le invita a seguir confiando en un proyecto tan idealizado

 ños que, sin ser todavía adolescentes, aprenden a ser crimina-  como tergiversado y otra que le incita a olvidarse del papel


 les mientras juegan a ser mayores con los entretenimientos y   que juega ese fuera del que procedía y al que ya ha perdido

 las oportunidades que el barrio les ofrece.   de vista, la cámara de Can Tunis responde a esta posibilidad






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 Revist a  de  al ce s XXI                                            Número  6 , 2024
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