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vación de Dainotto (386), en las calles de Can Tunis y en odio como triste arrogancia y con interminables matanzas
los miembros de una comunidad étnica cuya existencia no de esos cerdos a los que había visto retozar felizmente en el
puede ser reconocida fuera de un contexto que no sea mar- fango del barrio, engordando poco a poco en un remanso
ginal, y no marginalizado, de la misma manera en la que su de paz adulterada, ignorantes de que están viviendo no tan-
forma de estar en el mundo no puede ser más que un esti- to en una falsa espera como en una cuenta atrás ante de ser
lo, y nunca un modo de vida. Siempre ociosos y despreo- ajusticiados, como animales de los que a su debido tiem-
cupados, inútiles más que inutilizados y nunca compren- po todo se aprovecha. A estos espectáculos, la cámara asiste
didos como sujetos desposeídos y precarios, sino más bien tan perpleja como fascinada, negándose a cerrar los ojos y
pensados como residuos humanos con una obvia tendencia rindiendo homenaje al concepto de “pornomiseria”, acuña-
a prácticas tóxicas y criminales, los habitantes romaníes del do por los directores Luis Ospina y Carlos Mayolo, para al-
barrio se embarcan ante la cámara en actividades recreati- ternar rápidamente primerísimos planos con planos detalle
vas y económicas poco legales para compartir pocos segun- mientras su mirada oscila insistentemente entre los allí pre-
dos después, en esa alternancia de secuencias aparentemen- sentes: entre gallos, en el primero, que han sido entrenados
te inconexas e incompletas que buscan imponer un orden para morir matando y hombres que gritan sin saber a quién
allí donde éste no entra, costumbres y tradiciones típica- o qué exactamente vociferan hasta perder los nervios y el
mente gitanas; reuniones nocturnas que se prolongan alre- dinero que han apostado; y entre niños, en el segundo, que
dedor de una hoguera, bulliciosas y multitudinarias pedidas aprenden a la vez que disfrutan del evento y los vecinos que
de mano, conversaciones sobre las bondades del culto y ve- se han congregado para contemplar la ceremonia con alti-
ladas en las que no puede faltar un toque flamenco. Estos va satisfacción, entre aquellos cuyas manos se esfuerzan en
fragmentos de vidas romantizadas y exotizadas, propias de ejecutar el sacrificio y el rostro de un cerdo agónico que se
una raza milenaria que subsiste eternamente en un presen- resiste sin éxito a dejar de vivir. Ante la cámara, todas estas
te continuo a pesar de las vicisitudes, se presentan ante su múltiples facetas que evocan tropos de bestialización, ani-
audiencia como retratos de buenos salvajes con los que se malización y brutalización dan cuenta de una misma histo-
puede establecer, gracias a esa mirada orientalista de la cá- ria que ya no entretiene tanto como disgusta e incomoda,
mara, una relación de cercana familiaridad, siempre asimé- pero que no deja de atrapar su mirada en el siempre más es-
trica, capaz de anular cualquier contradicción previa hasta trecho círculo que ella misma traza, girando en una suce-
que, poco después y en la siguiente secuencia, ese cordial sión acelerada y nerviosa de planos cada vez más cerrados,
encuentro se transforma en un desagradable choque con con la intención de encontrar las diferencias con esos tantos
la barbarie y las insalvables diferencias: con cruentas pe- otros con los que no se quieren identificar y a los que, sin
leas de gallos que se presentan ante ella henchidos de tanto embargo, no pueden dejar de observar.
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Revist a de al ce s XXI Número 6 , 2024