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rotopía (39). Esta quietud impostada se rompía tan pronto   da a la de huésped sometida a la voluntad arbitraria de sus

 como la cámara volvía a poner los pies en el suelo y se per-  anfitriones mientras su visibilidad se veía reducida al espa-

 día entre los transeúntes que serpentean por su asfalto; tu-  cio que quedaba entre ambos y obstaculizada por unos da-


 ristas y vecinos difícilmente diferenciables los unos de los   dos de felpa que, colgados del espejo retrovisor, se balancea-

 otros que se abrían paso con destreza a través de un espacio   ban como si inútilmente distribuyeran suerte en unas calles

 masificado en los que no sobra un resquicio de aire mien-  en las que atisbaba a una toxicómana inyectándose su ru-

 tras se encaminaban en movimientos centrífugos perfecta-  tinaria dosis de heroína, a una patrulla de policía contem-

 mente organizados hacia los márgenes de los planos con los   plando la escena con parsimonia y a un par de enormes cer-


 que eran capturados.  dos retozando en la inmundicia que cubría su suelo.

 De esta coexistencia artificiosa y asfixiante entre el aquí y   Ejemplificando no tanto la “historia de lo que poco a

 el allí, el antes y el ahora propios de “la época de lo próxi-  poco dejamos de ser”, como apuntaría Gilles Deleuze (159),

 mo y lo lejano, de lo uno al lado de lo otro” (39), la cáma-  como la de lo rápidamente que estamos forzados a olvidar


 ra había huido en el único medio de transporte público que   quiénes somos en una secuencia que apenas dura unos se-

 podía llevarla hasta las puertas de Can Tunis, el autobús nú-  gundos, Can Tunis desliza de forma casi imperceptible a ese

 mero 38, para entretenerse durante el trayecto en el lúdico   espectador que cree estar en una posición privilegiada hacia

 ejercicio de escrutar a sus compañeros de viaje respaldándo-  el lugar que ocupan esos tantos otros con los que su cámara


 se en el privilegio de creerse una mera espectadora, y de po-  había compartido tanto viaje como destino para que, una

 der decidir quiénes son y deberían ser los únicos actores en   vez ya frente a ese primer de derribo, su mirada se encuen-

 Can Tunis; incidiendo en lo que Spivak llamaría el “efecto   tre a sí misma girando alrededor de un engañoso punto de

 sujeto subalterno” (212) al fijar su objetivo en el único que   fuga que, sin ofrecerle salidas ni respuestas, le hace no solo


 en ese momento debía ser un abyecto y declarando simul-  cómplice del diseño de ese proyecto destructivo; sino tam-

 táneamente, en su insistencia por sostener la mirada con un   bién susceptible de que su experiencia se sume a las múlti-

 extraño, su temor a confundirse y ser confundido entre el   ples otras que simultáneamente se congregan en un espacio

 resto. Sin embargo, tras serle denegada la entrada al barrio   en el que se empiezan a confundir actores con espectadores.


 por un hombre que agitaba los brazos como si le quisiera   Desdoblada y duplicada entre la utopía que había dejado a

 indicar que el aforo estaba ya completo, había tenido que   sus espaldas y la heterotopía en la que se emplaza, la mirada

 entrar en el barrio emplazada en la parte de atrás de un auto   de la cámara localiza en Manuel un punto de referencia con

 manejado por un hombre al que no llega a ver el rostro y en   el que guiarse a través de la incerteza. Cual fantasma derri-


 el que Manuel era el copiloto; relegada a la posición de es-  dariano, víctima de una narración dominante que se cuenta

 pectadora invitada sin opción a zona preferente y desplaza-  a sí misma dividiendo taxonómicamente a sus actores entre






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 Revist a  de  al ce s XXI                                            Número  6 , 2024
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