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ganadores y perdedores (Labanyi 2002, 2), su figura surge principal, ya lo saben ustedes cuál es el principal. Donde no hay
en el margen de lo que parece no tanto un solar como una autoridad, no hay orden. Eso está dicho. Aquí no hay autori-
escombrera, derrumbado y petrificado como si se hubie- dad, no hay orden. Y nunca la ha habido. (Can Tunis 00:06:38-
00:08:24).
ra mimetizado con el decorado del espectáculo y adolecido
del mismo envejecimiento prematuro que caracteriza al ba-
rrio; solo y apartado en ese “lugar fuera de todos los luga- Mimetizando la misma cadencia hipnótica que marca el
res” (Agier 35), un no-lugar liminal a la vez que intermedia- pulso vital de Can Tunis mientras camina meditabundo en-
rio hacia ninguna parte, y abandonado no tanto a su suerte tre los muros que todavía quedan en pie y los restos que an-
como al olvido poco arbitrario de las instituciones, las mis- tes daban vida y forma a su barrio, las palabras de Manuel
mas que únicamente se perciben a través de la violencia dis- fluyen con la dicción perfeccionada de haber sido pronun-
ruptiva que sacuden el barrio, pero dispuesto a buscar una ciadas repetidamente, y con la seca apatía de haber sido ig-
salida al colapso de tanta ruina y desvelar ante la cámara, noradas el mismo número de veces, para dibujar una línea
desde un espacio que invita no tanto a la recuperación de la continua entre una historia que empezó llena de sueños y
memoria como a la promoción de la desmemoria, las som- proyectos y que, en cambio, se ha transformado en otra de
bras de una historia que no solo lo ha rechazado y ocultado, desarraigo y de destierro. Sin entretenerse en aportar infor-
sino también utilizado para fines que no eran ni propios ni mación que puede considerarse irrelevante, Manuel apela
consensuados. a su memoria para legitimar el valor de su alegato y exigir
así una reparación justa y equitativa, “viviendas por vivien-
das”, como ciudadano que debería ser de pleno derecho y
Estamos en la barriada de casa Antúnez, la última barriada de
Can Tunis. Aquí vivíamos 120 familias y éramos unas cuaren- no solamente nominal, utilizando la terminología de Geoff
ta y tantas, cincuenta… el puerto ha comprado este trozo, estos Pfeifer (2020), a la vez que extiende este llamamiento, en
señores pues quieren su trozo. Lo suyo, lo que han comprado. un verbo enunciado en dos lenguas que no son vecinas sino
Eso es natural. Ellos quieren dar dinero y nosotros no queremos coexistentes y en ese “nosotros” omitido pero implícito, a
dinero, queremos viviendas. Viviendas por viviendas. [PAUSA] ese otro interlocutor invisible que sabe que se halla tras la
Yo vivo aquí. En esta de aquí. Llevo 24 años. Tengo el contra- cámara y del que espera, al menos, una señal de compren-
to de ellos. Me vine aquí y me compré una chabolita en aque-
llos años. Eran 48 casas, 48 familias. 24 años han pasado por sión y complicidad.
encima de ellas. Aquí están. Parece que fue ayer, ¿no? [PAUSA] Enmascarado tras un soliloquio apagado que verbaliza en
Marché a la mili y yo dejé a dos hijos, en la barraca. Total. Una voz alta, este anhelo de reconocimiento Manuel lo mani-
vida entera, señores. Y ahora a ver qué fem. Ahora a ver qué ha- fiesta dejándose seguir por una cámara que se guía por sus
cemos. Hay problemas en el barrio, pero mucho problema. Y la
pasos desde la cercanía de primeros planos, que solo se atre-
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Revist a de al ce s XXI Número 6 , 2024