Page 286 - Revista2
P. 286
garcito y quise indagar la razón. No les pregunté directa- todos nos dibujamos un mapa aproximado: el desarraigo,
mente, pedí a algunos alumnos que me contasen un cuento la degradación urbana de la convivencia colectiva, la apari-
tradicional, de los que todos conocían y no hacía falta que ción de otras formas de entretenimiento o más comerciales
nadie les contase. Todos ellos recitaban las líneas generales o más afines a los gustos contemporáneos que no se detie-
como papagayos, con un punto de cansancio, como algo nen a captar lo local, etc. El registro del cuento tradicional
superado y lejano, casi como una lección aburrida, y tenían se ha confiado en las últimas décadas casi exclusivamente a
una cierta confusión. Mezclaban personajes de uno y otro, la letra impresa, aunque, y es aquí donde nos aproximamos
o ponían un final distinto. Cuando me contaban La Ceni- realmente a las causas de su decadencia, el cuento tradicio-
cienta o Blancanieves lo que narraban era la película de di- nal no surge para ser leído, sino para ser transmitido.
bujos animados de Disney. Me pregunté si les habrían con- Lo que se registra de los cuentos, lo recopilado, son las
tado cuentos tradicionales aparte de Caperucita, que todos líneas generales de los relatos, algunos apuntes breves que
conocían, y cómo se los habrían contado o si los habrían caracterizan a los personajes que intervienen en su acción,
leído en una edición popular de cuentos tradicionales ellos una sucinta indicación de sus escenarios. Los cuentos son
mismos. A Pulgarcito lo daban por sabido con gran confu- historias concentradas que encuentran su verdadero sentido
sión de detalles. al expandirse en la voz de un narrador; penden del hilo de
Me pareció significativo que todos estuviesen dispuestos las interpretaciones individuales para ganarse el privilegio
a participar en el relato de Caperucita roja, pero no concen- de la transmisión colectiva.
trándose en su internamiento por el bosque, oscuro, ame- El cuento tradicional se registra una y otra vez con míni-
nazante, en el lobo astuto que sigue sus pasos, en la desobe- mas variantes en su redacción. Los detalles fueron, desde el
diencia… Todas las voces eran una sola cuando llegaban siglo XIX, encomendados a los ilustradores que situaban las
al diálogo de la niña con el lobo disfrazado de abuela. Del historias en una u otra época a través de su proyección de la
cuento había trascendido no tanto la historia como “la for- arquitectura, de los escenarios, de la vestimenta de los per-
ma de contar”. sonajes, o a redactores que componían diálogos y alargaban
El cuento tradicional, como manifestación de un acervo o abreviaban las tramas para adaptarse a las exigencias de la
cultural cuya transmisión se ha confiado indistintamente a producción gráfica impuesta por la editorial que encargaba
la letra impresa —desde la recolección y recuperación de las el trabajo y sujeta a las limitaciones de medios pliegos, plie-
historias promovida a lo largo del Romanticismo y conti- gos, cajas, tipografía... El redactor al servicio del papel y no
nuada desde entonces con desigual empuje— y a la narra- el papel a medida de la historia.
ción de viva voz, ha ido siendo desplazado por nuevas for- No transcurrió mucho tiempo sin que una incipiente téc-
mas de ficción. No vamos a detenernos a indagar las causas nica de animación recogiera esta tradición de ilustrar histo-
de la pérdida de la tradición de contar historias, de la que rias que todos conocemos para añadir el movimiento y, al
286 287
Revist a de alces XXI Número 2 , 2014-2015