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mejor decir, el ambiente, el caldo en el que se cocina el cir-
cuito, en la medida en que difícilmente los libros escapan a
ciertos condicionantes ambientales. A este respecto, puede
establecerse una analogía con este suceso contado por Víc-
tor Lenore en el mentado libro CT o la Cultura de la Tran-
sición a propósito de lo ocurrido en el mundo de la música:
Hay una anécdota graciosa sobre la Movida. Un mítico locutor
de la BBC, John Peel, opina sobre Madrid en los ochenta: ‘Los
grupos modernos no me parecen gran cosa, pero los Chichos y
los Chunguitos son la hostia’. Podemos imaginar los caretos de
horror de muchos modernos al descubrir que dos bandas de gi-
tanillos habían eclipsado la agitación pop del momento. La mú-
sica moderna en España, empezando en esos años, siempre ha
tenido cierto afán de distinción, de hacer que el oyente se sien-
ta por encima del resto de los mortales. Se ha impuesto más el
concepto de escena o tribu que la idea de que la mejor música
popular es la que explora los conflictos comunes a todos. La in-
mensa mayoría de los grupos españoles se forman entre los jó-
venes que pueden permitirse comprar discos, instrumentos y
viajes al extranjero. Es lógico que sus canciones reflejen preci-
samente los valores de las clases media y alta (aunque sería de-
seable que aprendieran a combatirlos o al menos desmontar-
los). (…) ¿Por qué se puso de moda cantar en inglés en los años
noventa? Quizá fue una especie de alucinación colectiva, pero
es más probable que tenga relación con el ‘espíritu de la época’.
En los años noventa, España consigue al fin meter la cabeza en
los circuitos de la economía global. Nuestro primer ejército de
ejecutivos bilingües acabaría conquistando Sudamérica para el
Ibex 35 con los millones ganados en las privatizaciones de Repsol,
Endesa o Telefónica. Una década antes, ya se había instaurado
en la clase media española (bueno, media-alta) la costumbre de
mandar a los niños a estudiar a Inglaterra o Estados Unidos.
El resultado ha sido una mentalidad imperial, consciente o
no, en la que se impone la anglofilia (grimosa anglofilia) y se
ningunea la música de los países pobres (o que ellos consideran
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Revist a de alces XXI
culturalmente pobres). Se trata, sencillamente, de mirar por
encima del hombro a quienes no son tan ricos ni tan cool como
tú. (Lenore 120, 122-23)
Boom inmobiliario
Hasta antes de la crisis, lo diagnosticado por Vázquez Mon-
talbán en La literatura y la construcción de la realidad demo-
crática, que a su vez es el leitmotiv del citado libro CT o la
Cultura de la Transición: la neutralización del poder crítico
de la literatura y de su posibilidad de intervención en lo real
como instancia no siempre legitimadora, era posible detec-
tar en el discurso de buena parte de los escritores el énfasis
en la vocación “puramente” literaria, desvinculada de cual-
quier “ideología”, palabra que entrecomillo porque resul-
ta cuanto menos curiosa la utilización, de un tiempo a esta
parte, de este concepto: dando por hecho que es posible ac-
tuar más allá de toda ideología y según un orden “natural”
de las cosas. Así, al igual que el constructor se hizo rico gra-
cias a ese movimiento “natural” del mercado, que se auto-
rregula si se le deja solito y da lugar al mejor de los equili-
brios, también muchos literatos se enrocaron en su “pura”
labor al margen de ideologías y en nombre de la Calidad
Literaria, pretendiendo que ésta no obedece a ninguna con-
vención. El escritor se desligaba así, mediante su obra, de la
ideología y por ende de cualquier condicionamiento social,
y la literatura se convirtió en una forma de desclasamien-
to, de instancia dadora de estatus para regodeo del ego del
artista, que se instaló en una torre de marfil. Aunque algu-
nos puntos no se correspondan con la idiosincrasia españo-
la, esta caricatura que el autor mexicano Federico Guzmán
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Número 1 , 2013