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generación Nocilla se apoyó en teorías que variaban según   so regusto a preceptiva, o que pasaran, en su conversión a

 el autor, por lo que sería injusto generalizar las posturas. Sea   eslóganes para la prensa, a ser una consigna con la que, lo

 como fuere, buena parte de estos autores se autopropusie-  pretendieran o no su emisores, se desdeñaban las obras que

 ron como alternativa al panorama existente, y lo hicieron a   no se avinieran a lo que se predicaba. Asimismo, tampoco

 través de un discurso que de nuevo pecaba de estar demasia-  contribuyó a una recepción saludable de las propuestas que

 do preocupado por “superar” complejos, por que la literatu-  determinadas observaciones, fueran ciertas o no (por ejem-

 ra española se pusiera “al nivel” de otras literaturas, lo que   plo: esto ya se hizo en los 70, o cuando fuera), funcionaran


 conllevaba una obediencia de fondo a ese supuesto “nivel” o   a veces como despectivas sentencias con las que juzgar la

 canon. En este sentido, creo que es lícito cuestionar los res-  parte por el todo.

 coldos ambientales de aquel miniboom en lo que concier-  Entre los objetivos de este tipo de sentencias, el realis-

 ne a tres asuntos que evidenciaban no una ruptura, sino un   mo en su versión tradicional (el de las tramas, la linealidad

 servilismo hacia formas de pensar que no son precisamente   y etcétera) fue el que más palos se llevó. Al escritor realista

 “modernas”: el afiliarse a una tradición trasnacional, la lite-  de estirpe decimonónica se le imputó no haberse caído del

 ratura prescriptiva para el siglo XXI y la crítica al realismo.   guindo (aún creía que lo que escribía tenía un referente li-


 Empezaré por esta última.   teral al que su escritura representaba), no ser lo suficiente-

 Las propuestas y los discursos de una parte de esta nue-  mente pedagógico (esto cuando no se le presuponía el nivel

 va narrativa española generaron el suficiente revuelo como   de ignorancia anteriormente mencionado; si ya había asu-

 para que autores, críticos y lectores anduvieran divididos   mido que su realismo era tan ficticio como la ciencia fic-

 (sé que tanto el verbo como la generalización son excesi-  ción, tenía que demostrarlo para instruir al lector, no fuera

 vos, pero nos sirven para entendernos) entre los que creían   a ser que éste se creyera que lo que contaba era “verdad”),

 que eso a lo que veníamos llamando “arte” está del lado de   no producir “arte” a pesar de que pudiera reconocérsele “ca-

 la “experimentación”, o de trasladar a la escritura la “esté-  lidad” (puesto que, por un lado, no hacía sino insistir en las

 tica” o la “realidad” actual, y aquellos otros que sostenían   adocenadas formas que triunfaban comercialmente, y por


 que todos los caminos han sido transitados y etcétera. Am-  otro no era capaz de dar ya cuenta de la “realidad”, de la “es-

 bas posturas invitaban a un debate saludable en la medida   tética” o de lo que el acusador pensara que debía ser el ob-

 en que obligaba a cuestionar las propias posiciones. Desde   jetivo del “arte”), escribir como si las vanguardias no hubie-

 luego, pertrecharse tras ciertas líneas argumentales de la crí-  sen existido, etcétera. Lo que me llamaba la atención de esta

 tica y la teoría literaria es algo que cualquier escritor media-  retahíla de acusaciones, y de ahí las comillas, era la seguri-

 namente preocupado por la pertinencia de sus creaciones   dad con la que se apelaba a ciertas nociones cuyo problemá-

 hace. Lo que en este caso pintaba feo es que las razones que   tico significado lleva siglos haciendo las delicias de la filo-


 se esgrimían como defensa dejaran en ocasiones un peligro-  sofía. Pretender saber en qué consiste la “realidad” o cómo






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 Revist a   de   alces   XXI                                              Número  1 , 2013
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