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versalmente”, es decir, salvo de aquella que, por imposición   de la literatura española que se da a conocer en la década de los

 del canon, no se puede renegar sin caer en el ridículo), y   años cuarenta del pasado siglo: triunfar literariamente en un

 abrazar a cualquier autor extranjero bendecido también por   país políticamente muerto es bien poco ilusionante. Quizá esa
                sea la percepción sociológica y estética que tenemos muchos es-
 el canon (un canon que siempre es más canon si lo enuncia   critores de mi generación al recordar el tiempo histórico en que

 un anglosajón), sin cuestionar el socorrido argumento de la   Delibes escribió. Queremos huir de esa España, de esa España

 “calidad literaria” y articulando en muchos casos un discur-  en blanco y negro, porque Franco llegaba a todas partes.

 so (políticamente correcto) a favor de una tradición trans-


 nacional, bajo los argumentos de que la literatura no tiene   Estas palabras de Vilas fueron escritas con motivo del falle-

 fronteras, de que la globalización nos ha convertido en lec-  cimiento de Miguel Delibes en 2010, acontecimiento que

 tores globales, etcétera, sin tener en cuenta otros factores,   convocó no pocos comentarios paternalistas en torno a la

 como que lo global que nos llega es más bien de raigambre   obra de Delibes. El argumento esgrimido por el paternalis-

 anglosajona, es decir, que llamamos global a la mera coloni-  mo venía a señalar la caducidad de la obra del autor de La

 zación cultural por parte de aquellos países que tienen una   ratas amparándose en el argumento de que aquella España

 industria lo suficientemente poderosa como para conquis-  ya no existe, argumento éste inconsistente, pues si acorda-


 tar otros mercados. Así, se da la situación de que las mesas   mos como criterio una contemporaneidad literal para valo-

 de novedades de librerías españolas apenas se diferencian   rar las obras, tampoco tendría sentido leer a ningún autor

 de las novedades que podemos encontrar en una librería de   que no fuese, valga la redundancia, estrictamente contem-

 Nueva York. Por otra parte, si revisamos entrevistas a auto-  poráneo. No existe la España de Delibes, no, y tampoco la

 res españoles y las comparamos con entrevistas a autores de   Francia de Flaubert, ni la España de Cervantes, ni la Rusia

 otros países, es posible constatar hasta qué punto se soslaya   de Dostoievski ni la Inglaterra de Jane Austen. Y esto por

 la propia tradición, pues los autores españoles apenas nom-  no hablar de lo que conlleva usar un criterio representati-

 bran a escritores patrios entre sus influencias. Podría inclu-  vo, como si una obra literaria pudiera medirse por el nivel

 so afirmarse que no nombrar a ningún autor español entre   de exactitud con la que retrata esa cosa ficticia a la que lla-


 sus influencias es un rasgo de españolismo. Los más maldi-  mamos “realidad”. Se han buscado innumerables excusas,

 tos de los autores patrios, aquellos sobre los que pende la   peor o mejor argumentadas, con las que explicar este repu-

 obligación implícita de silenciarlos, son los que escribieron   dio hacia la propia tradición; sin embargo son más bien ra-

 en la posguerra. Afirmaba Manuel Vilas en un artículo pu-  zones sociológicas las que explican esta anomalía. Las pala-

 blicado en el diario El Mundo que:   bras de Manuel Vilas aquí citadas son un buen resumen del
         porqué los escritores españoles actuales sueltan una retahí-

 Delibes escribió en la posguerra española, en el momento más   la de autores extranjeros para dar cuenta de sus influencias.

 gris de la Historia de España. Salir indemne de ese momento   Tal asunto sólo parece sintomático de no haber superado la
 histórico era casi imposible. Y ese, en el fondo, es el problema






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 Revist a   de   alces   XXI                                              Número  1 , 2013
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