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El segundo son sus zapatos, signos distintivos por exce-

         lencia de la importancia auto-concedida (Viñetas 40). Pue-

         de ser el pie —un pie a menudo desproporcionadamente

         grande— tanto la sinécdoque del patrón que aplasta al in-

         secto al que es reducido el trabajador en una lucha de fuer-


         zas desiguales, como el símbolo de la humillación de este

         último a través de la figura tradicional del limpiabotas —

         legado de épocas remotas, especialidad española en Europa

         occidental, del que un autor como Pérez-Reverte hace una

         especie de héroe de la nación española, “[u]na tierra donde

         tienen más dignidad y más vergüenza los limpiabotas que

         los ministros”—. La postura inducida por este humilde ofi-

         cio, las locuciones lexicalizadas como “lamer las botas”, “dar

         jabón” que se le pueden asociar, cumplen el papel de tropos


         en el momento de la concreción. El tercero será su cinismo

         reflejado por ejemplo en el dibujo de El Roto de dos bur-

         gueses que constatan con cierta complacencia sádica “¡Se

         os acabó nuestra fiesta, amiguitos!” [fig. 3; el subrayado es

         mío]: la impudencia que publica su fea sonrisa se traduce

         por la disyunción pronombre/adjetivo posesivo, y el dimi-                                                                          Fig. 3 El Roto, 44

         nutivo paternalista y despiadado de “amiguitos”. Una sonri-


         sa que traduce la ferocidad de un capitalismo caníbal. Mu-                                                              Una lectura barroca de la crisis

         chas veces como aquí, en El Roto, da la impresión de que,                                                               La democracia es sueño

         tal y como ocurría en las publicaciones de Mihura o Tono                                                                En su prólogo a Viñetas para una crisis, El Roto explica la

         en La Codorniz, el agudo fragmento de diálogo (o de mo-                                                                 dimensión catártica de la risa en sus dibujos: hablando de

         nólogo: el personaje dominado pocas veces accede a la pala-                                                             “exorcismo”  coincide  con  las  teorías  freudianas  del  hu-

         bra) o pensamiento por parte de un “enunciador éticamen-                                                                mor como “descarga”, gasto psíquico ahorrado (Hernández

         te deleznable” precede al dibujo (Llera).                                                                               Múñoz), un “intento de dejar atrás una pegajosa fantasía o


                                                                                                                                 una insistente pesadilla” (El Roto 3). Si la realidad de la cri-


                                                                                                                                 sis es pesadilla, es porque la democracia y la misma crisis

                                                                                                                                 son sueño. La democracia se ve roída, socavada por el ca-





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