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tan con las dependencias de los estratos sociales dominan-  negro norteamericano.

 tes. Por tanto, este acercamiento constituye una interesante   Alberto Rodríguez y Rafael Cobos, recordemos, son sos-

 paradoja, al conseguir que los aspectos formales de la serie   pechosos habituales de lo que se ha llegado a conocer como


 más vinculados a convenciones genéricas acaben por susci-  “thriller ibérico”, con casos tan sonados como su Grupo 7

 tar, al mismo tiempo, una sensación de realidad en lo que a   (2012) o La isla mínima (2014). Acostumbrados como es-

 las condiciones materiales de la época se refiere.  tán a vehicular sus narrativas a través de géneros cinemato-

 La decisión estética de los creadores juega, de este modo,   gráficos, La peste no supone una excepción en su trayectoria.

 con lo que podríamos esperar de un género histórico de tin-  Por tanto, la historicidad de la serie se combina, primero,


 tes épicos y glorificadores. Lejos quedan las revisiones más   con el carácter lúdico de la investigación criminal y, segun-

 amables y ensalzadoras del pasado nacional e imperial in-  do, con una sensibilidad de tintes neo-noir. Según Carlos F.

 centivadas durante el régimen franquista, como los men-  Heredero y Antonio Santamarina, el cine negro estadouni-

 cionados trabajos de Juan de Orduña. No obstante, La peste   dense clásico —años 40 y 50 principalmente— crea


 también se alejaría de otras producciones recientes de la te-

 levisión pública española como Isabel (Jordi Calafí, 2012-

 2014) o Carlos, Rey Emperador (José Luis Martín, 2015-  Una atmósfera turbia y densa, invadida por las sombras, habita-
                da por espacios lumínicos rotos y quebrados que pueden llegar
 2016), series más centradas en intrigas palaciegas, repletas   a generar una sensación de irrealidad y en los que el predominio


 de aristócratas bien limpios y vestidos, normalmente roda-  del claroscuro dificulta una delimitación nítida o maniquea en-

 das en interiores. En este sentido, La peste, más allá de su os-  tre el bien y el mal. El espacio atmosférico del cine negro puebla

 curidad, propondría una aproximación mucho más realista   la ficción de figuras entrevistas y fisonomías con perfiles borro-
                sos, de movimientos inciertos y situaciones ambiguas, siempre
 a las penurias y al ambiente opresivo de la época que repre-  amenazadas por la confrontación —poco geométrica y escasa-


 senta, además de centrar su mirada en las vicisitudes más   mente racional— entre la luz y la sombra. (260)

 anónimas de la urbe. Por añadidura, la serie que nos ocupa

 crea un universo muy personal que atraviesa y subvierte lo

 histórico mediante la introducción de lo detectivesco, algo    Es decir, más allá de que estas ficciones suelan estar po-


 que la emparentaría con obras literarias como El nombre de   bladas de criminales o ebrios investigadores privados, el cine

 la rosa (Umberto Eco, 1980), a nivel internacional, o con,   negro establece una visión del mundo a partir de su marca-

 por ejemplo, La leyenda del ladrón (Juan Gómez-Jurado,   da estética, la cual crea paralelismos entre sus juegos lumí-

 2012), a nivel español. La peste, sin embargo, va un paso   nicos y la ambigüedad moral del universo diegético presen-


 más allá, al hibridar todos estos elementos y acabar confor-  tado, poblado este de personajes claramente ambivalentes.

 mando un acercamiento estético con claros ecos del cine   Conectar La peste, supuestamente una serie histórica, con






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 Revist a   de   alces XXI                                    Número  4 , 2019-2020
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