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méritos están muy repartidos y el protagonismo de lo que

 sale bien casi nunca corresponde a quien ostenta un car-

 go público. Cuanto más razonablemente funciona un país

 o una ciudad menos espacio queda para el providencialis-

 mo populista del buen líder” (55); “En una democracia li-

 beral”, apunta más tarde, “la libertad de pensamiento y de

 crítica, la solidez de la educación y el ejercicio del debate


 ofrecen ciertas garantías de que la racionalidad acabará pre-

 valeciendo, o al menos no será amordazada ni suprimida”

 (94). En la práctica, la España ideal que surge del texto de

 Muñoz Molina —su utopía, en otras palabras— es una Es-

 paña a lo Norman Rockwell: una especie de Pleasantville en

 que todos, desde el basurero hasta el escritor, aceptan gus-

 tosamente su lugar en la estructura social (además de, cla-


 ro, la legitimidad del Estado español); o, para citar uno de

 los rasgos que Fernández-Savater atribuye a la Cultura de la

 Transición: “que todos y cada uno aceptemos identificarnos

 con el papel que nos toca: la política es cosa de los políticos;

 la comunicación es materia de los media; la palabra autori-

 zada es un privilegio de intelectuales y expertos”. Visto así,

 Todo lo que es sólido cabe leerse, paradójicamente, como una


 defensa del status quo. No en términos de modales, quizás,

 pero sí en términos de sistema económico y relaciones de

 poder.




 Sebastiaan Faber

 Oberlin College



















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 Revist a   de   alces   XXI                                              Número  1 , 2013
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