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guna pedagogía democrática” (102-103), el uso del “se” im- la ciudadanía no desentona con la visión desencantada de
personal no deja claro a quién le habría tocado realizar esa la naturaleza humana que informa todo el libro, una visión
tarea pedagógica, y a quién por tanto cabe responsabilizar hobbesiana que, la verdad, sorprende en un escritor que se
del déficit actual. ¿Los medios? ¿Los políticos? ¿Los catedrá- sigue identificando como progresista. “Lo natural”, escribe
ticos? ¿Los novelistas? Hay otros momentos similares donde Muñoz Molina, “no es la igualdad sino el dominio de los
la asunción del papel de ciudadano raso le permite a Muñoz fuertes sobre los débiles”; “la tendencia infantil y adolescen-
Molina escurrirse de su responsabilidad como intelectual. te a poner las propias apetencias por encima de todo, sin re-
“[C]uando a principios de siglo ingresamos en la moneda parar en las consecuencias que pueden tener para los otros,
única y fluyó el crédito barato”, escribe por ejemplo, “…no es tan poderosa que hacen falta muchos años de constante
comprendíamos que una gran parte de ese dinero era pres- educación para corregirla” (103); “Nadie … cumple espon-
tado… No lo comprendíamos y nadie lo explicaba” (49). táneamente con sus deberes hacia la comunidad sin la vigi-
¿No le incumbe al intelectual público informarse más allá lancia de un guarda o la amenaza de un castigo” (211). “Lo
de lo que explican o dejan de explicar las clases dirigentes? natural”, resume, “es la barbarie, no la civilización” (103).
En este sentido quizá sea un tanto coqueta la tendencia Desde esta perspectiva, claro, la libertad no siempre es un
de Muñoz Molina a subrayar su timidez, su relación tenue bien incuestionable. “[S]i la democracia no se enseña con
con su patria y su sensación de sentirse fuera de lugar en paciencia y dedicación y no se aprende en la práctica coti-
contextos formales y oficiales. Es coqueta porque subvalo- diana”, escribe, “sus grandes principios quedan en el vacío
ra el poder real que ha tenido y sigue teniendo como autor o sirven como pantalla para la corrupción y la demagogia”.
premiado de bestsellers, intelectual público, miembro de la Esta visión política, en el fondo, presupone la necesidad de
Real Academia de la Lengua desde hace 17 años y operador una jerarquía didáctica, tutelar. El dilema conceptual, des-
cultural del establo de PRISA desde hace todavía más. Un de luego, es cómo compaginarla con los propios principios
poder que, por otra parte, y paradójicamente, parecen pre- de la democracia. Si el estado natural del electorado es la
suponer el formato y el tono del propio libro. A fin de cuen- barbarie egoísta y tribal, ¿cómo podemos confiar en que la
tas, todo el texto está fundamentado en el supuesto tradi- expresión de su voluntad en las urnas aúpe a los pacientes
cional de que aquí nos habla un intelectual, es decir, una pedagogos que necesita para aprender a controlar sus ins-
personalidad pública cuyo poder de persuasión reside en tintos?
su autoridad moral, agudeza de visión y habilidad retórica. Aunque la entiendo y respeto, me cuesta aceptar esta vi-
Un papel, por cierto, que Martínez y Fernández-Savater no sión desencantada. Es más, me parece que la reacción de la
dudarían en identificar, precisamente, con la Cultura de la ciudadanía española ante la crisis —creativa, solidaria y ac-
Transición. tivista, además de indignada— la desmiente. Por otro lado,
Esta idea tradicional del intelectual como guía moral de no puedo por menos de asociar la desconfianza de los ins-
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Revist a de alces XXI Número 1 , 2013