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cer un uso autónomo de su propio entendimiento) un tri-  presentarnos el mundo como el trasfondo por el que pasea-

 bunal más alto que la tradición y las costumbres. En este   mos sin quedar demasiado afectados por él; a representar-

 sentido, ser libre significa ante todo poder enmendar la pla-  nos el mundo más bien como una especie de decorado en el

 na a los dioses: poder decir que ni el mundo ni las normas   que actuamos sin que nos roce. En estas condiciones, claro

 de los ancestros son como deben ser. Por lo tanto, asumir la   está, preguntar por uno mismo, por la propia identidad o

 responsabilidad de servirse del propio entendimiento sin la   por la constitución del deseo nos conduce de un modo casi

 guía de otro es, en definitiva, reconocer en uno mismo una   automático a un repliegue hacia el interior y a un ejercicio


 autoridad superior a la de los dioses.  de introspección para intentar encontrar la respuesta.

 Ahora bien, hay ante esto un atropello recurrente que ca-  En la representación que nos hacemos de nosotros mis-

 racteriza a la Modernidad en una de sus versiones (en esa   mos en la vida cotidiana, nos tiende a parecer autoevidente

 versión, característica del capitalismo liberal, que termina   que, si queremos indagar algo en nuestra persona, no hay

 triunfando sobre el republicanismo democrático): desde el   más estrategia posible que, por decirlo así, mirar hacia den-

 momento en que la Razón se sabe soberana irrumpe la ten-  tro. Se trata, sin duda, de un supuesto totalmente insoste-

 tación de creerse autora.   nible. En efecto, incluso el psicoanálisis, que es la disciplina


 En efecto, los sujetos modernos, o al menos nosotros, los   en la que más pudiera parecer que todo se desenvuelve en

 habitantes de la Modernidad triunfante (que no es la úni-  un juego del psiquismo consigo mismo (un juego relativa-

 ca Modernidad posible), vivimos bajo la tentación constan-  mente indiferente a los acontecimientos del mundo), evi-

 te de pensarnos como autores de nuestra propia identidad,   ta perder de vista que toda la estructura psíquica, incluso

 nuestra propia constitución y nuestro propio deseo. En efec-  en sus mecanismos más elementales, se constituye por refe-

 to, tendemos a pensar nuestra identidad como algo comple-  rencia a las posiciones básicas del mundo exterior. Es cier-

 tamente interior y personal, producto de la propia voluntad   to, sin duda, que este mundo exterior en el psicoanálisis

 libre y más o menos ajena a cualquier acontecimiento exter-  coincide básicamente con los estrechos límites del núcleo

 no. Ciertamente, tendemos a representarnos de un modo   familiar. Sin embargo, claro está, este carácter restringido


 enteramente auto-constituido por nuestra voluntad autó-  del mundo por referencia al cual se organiza el propio psi-

 noma. De hecho, somos capaces incluso de representarnos   quismo no constituye en absoluto un presupuesto restricti-

 naciendo y creciendo de un modo completamente aislado   vo del psicoanálisis (que le pudiera ser imputado) sino una

 (por ejemplo, encerrados en una habitación vacía) y, sin em-  característica esencial del mundo mismo en el que transcu-

 bargo, imaginando que, por largo que fuese el aislamiento,   rre la infancia. En cualquier caso, lo que es insostenible des-

 (incluso si incluyera la infancia y la adolescencia), el resul-  de cualquier punto de vista es ese supuesto de autonomía

 tado al abrir la puerta siempre sería el mismo: más o menos   autoconstituyente según el cual todo lo relativo a la cons-


 nos encontraríamos con nosotros mismos. Tendemos a re-  trucción de nuestra propia persona se jugaría de puertas a






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 Revist a   de   alces   XXI                                              Número  1 , 2013
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