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militar, sino que se extienden a la población civil, tal y como   cia de una tercera España pues se trata de una abstracción al

 veremos en El laberinto del fauno.   no constituir “un hecho histórico” (17). De forma similar,

 La variabilidad de la noción de la tercera España es, en   Giustiniani asevera que la tercera España posee “el carácter


 parte, lo que ha llevado a desestimaciones que se refieren a   esencialmente retórico de lo que no es un concepto ni una

 la “cómoda pero conceptualmente floja categoría de Tercera   realidad histórica, sino una metáfora” (n. pág.). Pero tachar

 España” (Giustiniani n. pág.). Las críticas no sólo se limitan   de metáfora o de abstracción la realidad cotidiana de mu-

 a invalidar la noción en sí, sino que también niegan la exis-  chos españoles que, explícita e implícitamente, se identifi-

 tencia de una tercera España. Así, el historiador y crítico li-  can con esta tercera España, es lo que supone un ejercicio


 terario José Carlos Mainer la rechaza categóricamente, aña-  retórico que, además, niega el derecho a elegir —o no ele-

 diendo: “Yo no conozco a nadie que representara la tercera   gir—. La valiosa interpretación de Giustiniani en cuanto a

 España. Ni siquiera Salvador de Madariaga”. Al margen de   la figura de Ortega y Gasset pierde su fuerza en lo que res-

 la opinión personal del crítico, tal y como hemos visto más   pecta a su crítica a la tercera España. Giustiniani asevera que


 arriba, la perspectiva de Madariaga reivindica la existencia   la respuesta que el filósofo español dirige a Luzuriaga “per-

 de una España real, que subvierte la visión blanquinegra de   mite entender mejor su rechazo a adherirse a cualquier pro-

 la sociedad española. El propio Mainer, a pesar de esta ne-  yecto asimilable a la Tercera España: encontraba esta idea

 gación, no puede evitar matizar su respuesta: “Hubo dos   literalmente absurda” (n. pág.). Sin embargo, mientras que


 [Españas]. Dentro de unos y de otros hay, claro, un espec-  las palabras que cita de Ortega rechazan el proyecto paci-

 tro muy variado (…) Nada es blanco ni negro”. Si hemos de   ficador de Madariaga, su actitud ante la guerra, durante la

 matizar una realidad para apuntar a la existencia de un es-  cual se niega a decantarse por ninguno de los dos bandos,

 pacio intermedio en el que hay cabida para otras opiniones,   materializa la concepción de una tercera España abarcado-


 ¿por qué no usar la noción de la tercera España para abarcar   ra, situada entre dos posturas polarizadas. Margarita Már-

 a las personas que no se identifican o incluyen en estas dos   quez Padorno realiza un breve recorrido por la última etapa

 Españas? La tachadura de la tercera España nos reduce im-  de la vida de Ortega y Gasset, desde el final de la guerra ci-

 plícitamente a la perpetuación de una realidad bipartita. Mi   vil hasta su muerte en 1955, en el que se incluye al filósofo


 uso de la noción de tercera España se debe no sólo a una ne-  en la tercera España, una categorización que está sustentada

 cesidad práctica, sino también a la vigencia de un término   tanto por las palabras como las acciones de Ortega. Si bien

 que, a mi entender, resulta imprescindible para hablar de la   el filósofo regresó temporalmente a España, su silencio le

 guerra civil y la posguerra.  hizo siempre sospechoso ante el régimen franquista.


 A los detractores de la tercera España se suman Eve Gius-  Giustiniani vuelve a recurrir, parcialmente, al punto de

 tiniani y, en cierta medida, Winter. Winter niega la existen-  vista de Ortega, al que se refiere y cita en este fragmento:






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 Revist a  de  al ce s XXI                                            Número  6 , 2024
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