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desmedido al campo de concentración. Salvar nuestro pre-

 sente significa no ser cómplices en la producción de nuevas

 represiones o en la afirmación de la viejas, esto es, no dejar

 el presente en las manos de las realidades simuladas, básica-

 mente falsas, sobre las cuales la ética de la crueldad quiere

 echar luz.

 Dice el escritor que en el ejercicio de la tarea cruel “es in-


 evitable agredir al lector” (194), que lo molestará e incomo-

 dará (113). Ciertamente, con este lector lo ha conseguido,

 lo cual sea dicho no en demérito del ensayo sino a su favor

 más entusiasta. Afortunadamente, la lectura de ciertos en-

 sayos, como este de Ovejero, nos rescatan del ambiente so-

 porífero cotidiano y nos incitan a la acción en lo personal,

 quizás en lo colectivo. Leer y verse sacudido del polvo de la


 conformidad es siempre de agradecer. Es más, si como se

 dice en el análisis de El astillero de Onetti, frente a los paisa-

 jes desangelados destapados por lo cruel también hay “mo-

 mentos de fulgor” (129), la ética de la crueldad marcaría

 esos caminos, tortuosos sin duda, dirigidos a momentos de

 mayor intensidad vital, nunca del todo delineados ni nunca

 del todo cerrados.


 Por lo demás, recomendar la lectura del anterior libro de

 ensayo de José Ovejero Escritores delincuentes (Madrid: Al-

 faguara, 2011) y su recorrido por estos otros escritores crue-

 les.




 Txetxu Aguado

 Dartmouth College
















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 Revist a   de   alces   XXI                                              Número  1 , 2013
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