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ellos, realiza. Una mirada como la que lleva a cabo y mani- el alud de sensaciones y el poso que la lectura deja en el lec-
fiesta en su soliloquio, Andrés de Casa Sobás en La lluvia tor, acerca de la destrucción de un paisaje que, en tiempos
amarilla. Sin embargo, todo ello no impide que, gracias a no muy lejanos, acogió vida a raudales y significó memoria
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esta búsqueda o mirada, realizada por Llamazares en su pai- colectiva.
saje vivencial (y su espacio), estos permanezcan, aunque sea Esta tarea, con distinta intensidad según la obra, y sin es-
ya en otra dimensión, dada la recuperación que conlleva la tablecer un fluido entre ellas totalmente visible (o de vasos
memoria y su trasmisión al lector. comunicantes como sucederá, por ejemplo, en la obra de
Pero, sobre el aparente rescate literario (y, después, a tra- Jesús Moncada), vuelve a repetirse en El río del olvido, regre-
vés de la literatura, con nueva vida) de esa realidad geográ- so al origen y a la memoria del paisaje que conformó los ve-
fica e histórica que se desvanece, lo que más importa a Lla- ranos de su infancia, o en Escenas del cine mudo que, con la
mazares escritor, no es el reflejo de lo que aconteció (modo excusa del hallazgo de veintiocho fotografías (los veintiocho
de vida y demás anécdotas objetivas) en ese paisaje, físico y capítulos o secuencias de la obra) guardadas por su madre
vital, atrapado con la memoria, sino la indagación en los di- y recuperadas por la mirada/evocación del autor, al tiempo
versos peldaños de la desaparición de la vida que allí hubo que sirven de armazón narrativo, cómo no, bucean en los
y que el inquietante paisaje, con sus diversas instantáneas, rastros de una vida y un paisaje (el leonés de sus orígenes,
proporciona. De ahí, el protagonismo del paisaje y sus va- físico, humano y vivencial) desaparecidos.
rias direcciones. Tanto equiparables a las de un personaje,
como las acordes de su poder (zarzas adueñándose de las ca- Mequinenza y Moncada
lles, la carmoma y la humedad del espinazo de las edifica- Mequinenza, la villa natal del autor, y su entorno son a la
ciones…). Y de ahí, también, la incitación a reflexionar, tras vez manantial y el fructífero epicentro de las jugosas histo-
rias narradas por Jesús Moncada. Historias que, en el con-
11 José Antonio Ugalde, en su reseña sobre La lluvia amarilla (“La me- junto de la obra, se caracterizan por dos facetas interesan-
moria produce venenos”, El País, Libros, 17 abril 1998, p.16) afirma tes y que ayudan a comprender la importancia del paisaje
acertado “(…) hay que concluir que Andrés es la máscara de Llamazares, y vivencias de infancia en la narrativa del autor. Me refiero
un alter ego al que el autor ha insuflado sus propios sueños de renuncia a la “intertextualidad” y al carácter de “microhistoria”. Las
y desintegración”. La identificación autor/personaje es aún más eviden-
te en Escenas de cine mudo, donde, como advierte M.J.O. (“La sombra anécdotas, sucesos, personajes, temas y paisaje pueden asu-
del fotógrafo”. El País/Libros, p.15. 19 marzo 1994), “el protagonista es mir el protagonismo en un relato y, a su vez, formar parte,
un niño de nombre Julio que se adentra en la trastienda del pensamien- junto a otros, del armazón de una novela. Es decir, que pue-
to para exponer los primeros 12 años de su infancia en un pueblo llama- den ejercer protagonismo total o someterse a un conjunto
do Olleros. Los mismos años y el mismo lugar en donde otro Julio, o el
mismo Julio, de apellido Llamazares atravesó niñez y despertó a la ado- coral. El concepto coral, en permanente intercambio, es es-
lescencia”. pecialmente visible en el conjunto de las tres primeras obras
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Revist a de alces XXI Número 1 , 2013