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de manera especial, aunque con toponimia oscense pero de   bos, naturaleza y paisaje, alcanzan vida propia (esa identi-

 valor universal, en La lluvia amarilla (1988), donde, por   ficación con objetos y seres vivos). Y, con ello, encarnan el

 supuesto, cabe a la perfección Riaño y su entorno, destrui-  protagonismo al que antes se ha aludido.

 dos por la construcción del pantano que lleva su nombre.   Un protagonismo que, además, acompaña a la perfección

 Como cabe, también, cualquier despoblado peninsular.   la idea de la supervivencia a la que se entregan o son some-

 Este protagonismo del paisaje se observa en Llamazares,   tidos los personajes, porque, además del cerco de unas cir-

 por ejemplo, cuando la alta montaña leonesa, además de   cunstancias concretas (desesperanza, vencidos en la lucha,


 servir de fondo geográfico y como la aliada guarida espacial   aislados y sin apenas posibilidad de huida), es la naturaleza,

 para los solitarios y aislados personajes (los cuatro maquis)   sustentada en el paisaje físico narrado, la que también aco-

 de Luna de lobos, es también un enemigo acérrimo, pues es   sa a los personajes y la que, por supuesto, ejerce un someti-

 éste quien, de verdad, atrapa en sus entrañas a los protago-  miento a sus ínfimas condiciones. Circunstancias negativas

 nistas, animalizándolos (vida de lobos), ayudado por una   que no imposibilitan también una parte de ayuda, al permi-

 persistente presencia invernal y, sobre todo, por la fuerza de   tir que alguno de ellos siga con vida (de los cuatro maquis,

 la naturaleza en esa alta montaña. Animalización que, des-  sólo uno logrará el cierto final feliz) en el inacabable discu-


 bordándose desde las narraciones orales del Vegamián in-  rrir de los casi diez años (del 1937 a 1946) abordados en la

 fantil de Llamazares, secreteadas en torno a la lumbre del   novela. Por eso, también, cuadra a la perfección la esquema-

 hogar, llega, a lomos de la memoria del autor, briosa y ní-  tización sucinta que delinea a los cuatro maquis; esquema-

 tida, hasta el corazón de la novela.  Por ello, los olores, los   tización que posibilita que estos se pierdan en la naturaleza,
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 sonidos, los silencios, la luz, el clima, la flora, la fauna… del   en el paisaje, el gran protagonista de la novela. Y, asimismo,

 paisaje y de la naturaleza que lo sustenta, con su evocación   que la memoria de una vida, la de Ángel, sirva, con el mis-

 y uso narrativo, al tiempo que permiten la evolución del re-  mo ritmo vital, para plasmar el paisaje del que forma parte.

 lato, edifican todo un campo sensorial mediante el cual am-  Pero dejando a un lado este somero apunte sobre Luna

         de lobos, en el conjunto de la narrativa de Llamazares se ob-

 10  “Diles que no soy un perro, díselo, Lina” o “corro como el rebeco, y   serva la inmersión del autor en el paisaje plural de un es-

 oigo como la liebre, y ataco con la astucia del lobo. Soy ya el mejor ani-
 mal de todos estos montes”, afirma Ángel, el único maqui que sobrevi-  pacio desposeído y que tiene sus dosis de mito, de mundo

 ve a la debacle, quizá como trasunto de una realidad escuchada por el   arcaico, de dolor y, cómo no, de vivencia personal. Una in-
 autor. Al menos, algo de ello se desprende de sus conversaciones con un   mersión en pos de la búsqueda del paisaje en el que antes

 superviviente del maquis: “Había algo en él, en su modo de mirar cons-  existió vida. O mejor, en pos de una verificación de la vida
 tantemente hacia todos lados que recordaba a un animal salvaje. Al prin-

 cipio no quería hablar de aquella etapa, pero luego fue contando su ex-  y su tiempo a través del espacio y su paisaje (desaparecidos
 periencia. Le pregunté si cazaba animales y me contestó que cómo él iba   o destruidos en parte), siendo el autor, además, consciente

 a matar a uno de los suyos”. El Noticiero Universal, p. 26. 12, abril, 1985.   de la extinción que ambos sufrirán tras la mirada que, sobre
 (El subrayado es nuestro).




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