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ción”, expone la escena de la manifestación de la plena pre-  consumirse en su fuego interior a causa del enardecimien-

 sencia de un cuerpo unido a las emociones y los deseos más   to sin límites, que provoca su belleza, y de la contingencia

 inéditos, los cuales han sido avivados durante toda una exis-  del tiempo, que hace desaparecer toda duración convirtien-

 tencia y dan aún aliento a la interioridad de una voz a partir   do toda materia creada en polvo y cenizas. Asistimos en-

 de la cual se desarrolla una rítmica de subjetivación a la luz   tonces a la singular “consumación” amorosa, aniquiladora y

 de cuanto deja aflorar y emerger el cuerpo-imagen. La sutil   transfigurativa de la belleza del cuerpo-imagen transforma-

 ambivalencia de la naturaleza de esa visión del cuerpo como   do, en el segundo poema, en pura llama: la del amor vivo


 plena presencia, anclada en lo más hondo de una imagina-  cuyo símbolo recorre las tradiciones místicas, en particular

 ción cuya manifestación real fue siempre anhelada, se per-  la cristiana (todos pensamos naturalmente en la poesía de

 cibe ahora casi como un sueño (de ahí la interrogación del   san Juan de la Cruz), la islámica (en poetas como Ibn Arabí

 sexto verso) constantemente revivido a lo largo de una vida   y Djalal-ud-Din Rumí) y la judía (en obras de Moshe Sem

 y de la creación literaria. Es la magnitud de la presencia, la   Tov de León, supuesto autor de El Zohar, y Abraham Abu-

 belleza y la intensidad de ese cuerpo imaginado, recreado y   lafia).

 recorrido, una y otra vez, la que apoya la plurivalencia de   El poemario perfila su propia temporalidad interna —si-


 la última oración (en letra cursiva). El último verso sirve en   tuada en diálogo con la temporalidad más histórica inheren-

 efecto de transición puesto que no sólo opera la unión an-  te al continuum literario goytisoliano— mostrando cómo el

 titética entre el fuego interior del deseo y el aniquilador del   lenguaje poético concentra, remodula y depura sus vetas

 poder represivo, como ya dijimos, sino que borra toda se-  más profundas a fin de alcanzar la desnudez de una palabra

 paración entre amante y amado (entre el que arde y el que   que no deja de abrirse —por medio del invisible umbral in-

 es alumbrado) e intensifica así su fuerza de transfiguración   corporado en ella— sobre lo otro y la radical perplejidad

 para dar lugar, en el segundo poema, a una mayor concen-  del goce-dolor erótico antes de fusionar con la nada. De

 tración y condensación mediante el símbolo de la llama en   este modo, el símbolo místico de la llama se encuentra rese-

 que se ha transfigurado ese cuerpo-imagen tras su condena-  mantizado para devenir un “cuerpo ciego” completamente


 ción y, a la vez, fusión con el otro y su más íntimo amor.  invadido por el enardecimiento del devastador deseo amo-

 El paralelismo casi geométrico discernible en la prime-  roso y, por eso, es ya pura transparencia:

 ra expresión con la cual se inicia el segundo poema, “Ardor

 de la consumación”, como estricto eco, respuesta y conti-  Ardor de la consumación

 nuación, de la escenografía presente en el primero median-  ¿Por qué ese cuerpo ciego,

 te la manifestación todopoderosa del cuerpo-imagen capaz   la llama
                que brota desde dentro,
 de modificarlo todo (la imaginación, el sueño, la palabra y   la mano que dispensa


 la vida), refuerza la inevitable condenación de ese cuerpo a   el goce y el dolor? (Goytisolo, Ardores 10)






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 Revist a   de   alces   XXI                                              Número  1 , 2013
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