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El paradigma del decorado verbal y el personaje del Aco-                                                                       que son náufragos, y entonces uno le cuenta a otro lo que ve, y

         tador en Hamelin, de Juan Mayorga                                                                                              lo que ve es extraordinario. […] Ninguna suma de efectos espe-
                                                                                                                                        ciales sería capaz de construir unas imágenes tan extraordinarias
         Hamelin, de Juan Mayorga, da un paso definitivo hacia la                                                                       como las que las palabras pueden provocar, despertar en el es-

         función imaginativa del espectador. Su autor, consciente del                                                                   pectador. (Spooner 125-126)

         poder de la palabra, señala en el prólogo a la edición de la

         obra:                                                                                                                       La obra vierte, de manera paradigmática, la capacidad del



                Solo con palabras, y con la complicidad de sus espectadores, Só-                                                 lenguaje en crear mundos autónomos y, sin desvirtuar el

                focles, Shakespeare o Calderón podían convertir el pequeño es-                                                   recurso del decorado verbal, el autor lleva hasta sus últi-

                cenario en una ciudad invadida por la peste, un mar tempestuo-                                                   mas consecuencias el poder evocador del lenguaje en esce-

                so o un castillo polaco. (9)                                                                                     na. Para ello, el dramaturgo se sirve de un personaje fuera

                                                                                                                                 de lo común: el Acotador. Se trata —permítasenos la expre-
             La cita, como vemos, alude al teatro clásico y enmarca la                                                           sión— de una didascalia viviente, cuya función es poner en


         obra en la más genuina tradición dramatúrgica. El lugar de                                                              evidencia, por un lado, los mecanismos de activación de la

         la palabra en la obra de Juan Mayorga ha sido y sigue siendo                                                            imaginación de los espectadores y, por el otro, más allá de

         muy estudiado. Nos limitaremos, en estas líneas, a destacar                                                             los alcances particulares de la obra, demostrar que “el tea-

         aquellos fenómenos en relación con el tema que nos ocupa.                                                               tro puede representarlo todo” (9). El tema de Hamelin —el

             El proyecto de escritura de Hamelin nace, en efecto, del                                                            abuso sexual en menores— es un verdadero desafío drama-

         interés del autor por la escenografía verbal barroca. En una                                                            túrgico: junto con la figura distanciadora del Acotador, el

         entrevista mantenida con la investigadora Claire Spooner,                                                               lenguaje y la particular disposición de los personajes permi-


         el autor declaraba:
                                                                                                                                 ten un tratamiento de la cuestión a la vez de forma original

                                                                                                                                 y profunda.
                Cuando decidí escribir Hamelin, estaba muy interesado —y sigo
                estándolo— por lo que se ha llamado escenografía verbal, que es                                                      El Acotador parece asumir todas las situaciones expresa-

                fundamental en el teatro del Siglo de Oro y en el teatro isabe-                                                  das en la entidad enunciativa de la didascalia (o acotacio-

                lino. Hice una versión de El Monstruo de los jardines de Calde-                                                  nes escénicas). Sin embargo, constatamos rápidamente que

                rón en la que de pronto se ve entrar en escena a dos personajes,                                                 el Acotador tiene un papel mucho más complejo y más rico

                                                                                                                                 que el de “acotar”. Su intervención aglutina, en efecto, va-
         pany, de Elena Cánovas; Esmeralda, de Lidia Falcón; Lluvia, de Rodolf                                                   rias funciones didascálicas pero también provoca la activa-

         Sirera; El volcán de la pena escupe llanto, de Alberto Miralles; El seguidor                                            ción selectiva de los elementos del escenario imaginario. He

         lo sabe, de Ignacio Amestoy; Solo para Paquita (estimulante, amargo, ne-
         cesario), de Ernesto Caballero; Son los otros, de Carmen Resino; La mi-                                                 aquí algunos ejemplos:
         rada, de Yolanda Pallín; El biógrafo amanuense y El olvido está lleno de

         memoria, de Jerónimo López Mozo, y un inacabable etcétera.





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