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dolos pasmados en sus seguridades de fieros defensores, que literario implica un proceso de aceptabilidad social y econó
sobreviva en el filo del peligro constante del decir incomple mica, al tiempo que se exponen para convalidación determi
to para poder decir que “se puede decir” y se rebela contra nados valores estéticos. Y estos valores pasan a la circulación
lo asumido porque la escritura también escribe el mundo. social de la literatura convertidos en una especie de absolu
Y que solicite entonces una respuesta, esto es, una exigencia tismo sin absolutos, de esencialismo ajeno a los esencialis
de lectura que coloque al lector en la tesitura de ver(se) en mos. La construcción autorial pertenece también al ámbito
una nueva tradición, de confrontarse al poeta para extraer de más amplio de la construcción social del yo, incluido el yo
él (del poema y del lector) no solo el chato zumo de lo evi poético. Se genera así una dialéctica entre identidad y bio
dente, sino el terco vínculo con lo no visible. O, también, re grafía, lo que provoca el acercamiento a la falacia biográ fica
flexionar acerca del lugar que ocuparía la poesía como —im y/o intencional. La red anima la sobreexposición pública y
probable— género teniendo en cuenta las funciones del arte el anonimato al mismo tiempo. Hace del autor un construc
tal y como las entiende Charles Lalo: función de diversión to teórico en constante diálogo. Al mismo tiempo, se advier
(como juego, estímulo a la divagación, momento de pausa, ten indicios de proyectos colectivos, propuestas comunes,
de “lujo”), función catártica (como solicitación violenta de iniciativas grupales orquestadas siguiendo una agenda más o
las emociones y consiguiente liberación, relajación de la ten menos perfilada (una serie de estrategias, explicaba Kenneth
sión nerviosa o, a nivel más amplio, de crisis emotivas o in Burke en su Filosofía de la forma literaria, para dar cuenta
telectuales), función técnica (como propuesta de situaciones determinadas situaciones). El yo poético se debate entre su
técnicoformales, a gozar en cuanto tales, valoradas según consideración ficcional y su proyección pública, entre la an
criterios de habilidad, adaptación, originalidad, etc.), fun siedad de la influencia y la necesidad de la renovación (De
ción de idealización (como sublimación de los sentimien rrida dejó dicho que “el paisaje de las influencias, de las filia
tos y de los problemas, y, por tanto, como evasión superior), ciones y herencias, de las resistencias también, seguirá siendo
función de refuerzo o duplicación (como intensificación de atormentado, laberíntico o abismal”), de la nostalgia del li
los problemas o de las emociones de la vida cotidiana, hasta bro a la constante anticipación de las redes sociales donde
hacerlos evidentes y convertir en importante e inevitable su todo se magnifica, como en un Gran Hermano desgarrado y
coparticipación o consideración). sin suturas. Toda autoría es, siguiendo a Foucault, “solo una
proyección hecha por los lectores”. Y a manera de aviso, lo
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decía un personaje de Xavier Moret: “Este es el peligro. El
¿Pero el autor no estaba muerto? No es difícil encontrar una autor juega. El autor es un impostor, el primero de la lista”.
instrumentalización de la propia figura tanto física como
virtual. Toda presencia es, entonces, performance. La institu
cionalización, la (re)inscripción de cada autor en el sistema
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Revist a de alces XXI Número 0 , 2012