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día se quedaron —confundidas con el polvo— en la antesa-                                                                Quien dice Crespol, dice Cantalar, la Carcama, el Mas del

         la del olvido. Para eso me puse un día a escribir aquella in-                                                           Río, el de la Peña Blanca, etc. Son, en primer lugar, una

         fancia. No porque alguien dice que es la infancia el último                                                             necesidad. Los escritores que más me gustan son aquellos

         refugio. O el paraíso encontrado cuando el mundo —tan                                                                   que me permiten conocer un ámbito humano determina-

         capitalista, tan canalla— se desmorona. No por eso del re-                                                              do. Humano y, por lo tanto, social, cultural, político, pai-

         fugio o los paraísos me puse un día a escribir aquel tiempo                                                             sajístico. Los escritores que, al mismo tiempo que lo crean,

         de infancia, un tiempo donde todo era más falso que los bi-                                                             o que lo recrean, lo hacen suyo, o saben demostrar cómo


         lletes de la República cuando la guerra de unos años antes la                                                           su yo interior forma parte de ese ámbito. Soy un viajero al

         ganaron los fascistas. Escribí aquel tiempo porque la ficción                                                           que le da pereza viajar, y que, en general, prefiere hacerlo

         es la mejor manera —o la que a mí más me sirve— de po-                                                                  desde la literatura. Es más cómodo, se puede hacer desde tu

         ner a la otra ficción bastarda de la dictadura franquista entre                                                         propia casa. Además, los mundos que uno descubre despla-

         las cuerdas. Porque la infancia, con sus paisajes devastados a                                                          zándose suelen ser cada vez más artificiales, más preparados

         los ojos de la memoria, era el territorio que sin nosotros sa-                                                          para el viajero, el turista —horrible palabreja—. Y es difícil

         berlo los mercachifles del franquismo habían convertido en                                                              dejar de ser turista. Yo conozco Francia porque viví y traba-


         una carnicería. Era mi manera de ajustar cuentas con aque-                                                              jé cuatro años en ese país. O, un poco menos, Suiza, porque

         lla caterva de engaños. Y ahí sigo. Con mis ficciones a cues-                                                           también viví y trabajé cuatro meses allí. Pero no conozco

         tas. Escarbando en las ruinas del Cine Musical, o en la cue-                                                            Londres, porque sólo me quedé una semana. Ni Italia, don-

         va del viejo Royopellejas, o en aquel pequeño monte que                                                                 de he estado, en tres ocasiones, poco más de dos semanas.

         era como la cabeza de Napoleón esculpida en una piedra                                                                  Conozco Crespol porque tengo un cincuenta por ciento ge-

         a prueba de erosiones: escarbando en los pozos del olvido                                                               nético de Crespol. Porque pasé parte de los veranos de toda

         para sacar a flote aquellos fantasmas que habitaron el círcu-                                                           mi infancia y de mi adolescencia en Crespol. Pero dudo que

         lo de tiza de nuestra infancia, un círculo que dibujábamos                                                              se pueda conocer la India en un mes, China en dos sema-

         todas las tardes al salir de la escuela y que a rachas de alum-                                                         nas, Rusia en tres, o Nueva York en una, por muchos rin-


         bramiento feliz y de desgarros ha ido señalando la escritura                                                            cones (y restaurantes, y hoteles, y calles llenas de gente con

         de mis novelas desde hace casi veinte años”.                                                                            la que no puedes hablar, porque apenas conoces su idioma)

                                                                                                                                 que recorras en ese corto espacio de tiempo con una cáma-

         2) José Giménez Corbatón: Crespol, paisaje literario con                                                                ra digital al hombro. Prefiero leer, en mi casa, a Kuprin, a

         sabor a infancia.                                                                                                       Faulkner, a Auster. Incluso a Kipling, con todas las reservas

                                                                                                                                 que se quiera.

         “Me han preguntado muchas veces sobre lo que para mí                                                                        Crespol, como yo lo he creado, no existe. Es un topó-


         representan el paisaje de Crespol, y la vida de sus gentes.                                                             nimo real, en una esquina recóndita de ese paisaje, como






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