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que se abrieron sus diez sedes peninsulares. Aunque el fe-                                                              cos, incapacidades físicas y necesidades urgentes. Reapare-

         nómeno sea global, su marketing en España respondía a                                                                   cen así tipos sociales de hacía décadas por más que muchos

         las condiciones específicas del modelo de crecimiento espa-                                                             comentaristas lo reduzcan a una simple homologación del

         ñol, como ahora al de su crisis. Ikea prometía que, con sus                                                             paisaje urbano español con el aspecto postfordista de las ur-

         muebles, era “tu casa, tu reino” y que te ayudarían a fundar                                                            bes anglosajonas (Davis), como hace Carlin: “no se ven más

         la “república independiente de tu casa” (que “a pesar de ser                                                            mendigos en las calles que en una ciudad económicamente

         una república, puede tener un rey, o una reina”), lemas vi-                                                             boyante como Londres”.


         gentes hasta después de 2011. En mayo del 2012, Ikea pro-                                                                   En ese contexto, los cambios sucedían por semanas y, en

         mocionaba en España sus complementos bajo otro signi-                                                                   julio de 2012, era posible registrar la aparición de un tipo

         ficativo rótulo, “tu revolución empieza en casa”, mientras                                                              nuevo, de resonancias hidalgas: un hombre solicita limosna

         que sus sedes funcionan como comedores sociales, debido                                                                 y trabajo vestido con un polo de Lacoste (Alsedo), como di-

         al bajo coste de sus restaurantes, donde una familia puede                                                              ciendo yo pido dinero porque tengo necesidad, pero no me con-

         comer albóndigas por un euro (El Heraldo). En la primave-                                                               fundáis, por favor, con un pobre sociológico. Yo estoy pobre por

         ra de 2013, hubo un cierto escándalo, debido a la presen-                                                               culpa de la crisis, pero no lo soy por naturaleza. Añade en su


         cia de carnes no declaradas en dichas albóndigas, lo que no                                                             cartel “español”. La redacción de la noticia refuerza esta lec-

         ha reducido la popularidad de los comedores sociales de Ikea:                                                           tura (“Los mendigos de la Castellana ya llevan Lacoste. La

         “prefiero que mis hijos coman carne de caballo en el Ikea a                                                             miseria ya atrapa a la clase media”).  Si el cocodrilo del logo
                                                                                                                                                                                              10
         comida de la basura” (Moreno).

             Otro proceso, global (la subida del precio del oro), ajus-                                                          10  Esta lectura semiológica puede parecer interesante, aunque bastante

         taba sus manifestaciones glocales en verano de 2012. Desde                                                              aventurada. Alguien podría pensar, con razón, que hay múltiples razo-

         Madrid hasta cualquier pequeña capital de provincia, como                                                               nes que pueden explicar que un pobre lleve un polo de Lacoste (un rega-

         Pontevedra, el único negocio en expansión parecía ser el de                                                             lo, una compra en una tienda de objetos usados, una imitación vendida
                                                                                                                                 por un inmigrante o comprada en un mercadillo de la calle, etc.). Todo
         las  tiendas  de empeños, de  característicos letreros amari-                                                           eso es cierto. Sin embargo, la noticia de El Mundo es la que construye esa


         llos y hombres-anuncio gritando “compro oro”, invitando                                                                 lectura. Con independencia de las verdaderas razones por las que lleve un

         a vender la última pieza de valor, el anillo de boda, las me-                                                           polo de Lacoste, este tipo es una mitología de la crisis, una figura imagi-

         dallas de la madre, las riquezas privadas, actos de despose-                                                            naria. Él mismo contribuye a esa lectura a disfrazarse así. Un Lacoste en
                                                                                                                                 la Castellana de Madrid no es un signo neutro y en el oficio del mendi-
         sión íntima que encuentran su contrapunto para lo público                                                               go vestirse es todo un arte, como supieron mostrar los clásicos en Rin-

         en los recortes masivos en sanidad y educación. Otro ejem-                                                              conete y Cortadillo o El Buscón, y como quizá vuelva a pensarse en nues-

         plo de cómo se manifiesta la crisis en la experiencia urba-                                                             tros días. Una maravillosa y temprana película de Alberto Rodríguez (El

         na: el cierre de centros de atención de día y de clínicas ha                                                            Traje 2002) se plantea de nuevo este problema cruzando inmigración,
                                                                                                                                 distinción, pobreza y racismo: un inmigrante subsahariano en España
         enviado a las calles a personas con problemas psiquiátri-                                                               recibe como regalo de un rico empresario afroamericano un traje de lujo

                                                                                                                                 con la promesa de que el modo de vestir ha de cambiarle la vida.



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