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León) y estar homologado respecto de cualquier otro país                                                                    En segundo lugar, quizá por esta resistencia a asimilar un

         europeo (Delgado 2003).  Por ello, durante mucho tiem-                                                                  imaginario de la pobreza, la manera mediática de afrontar
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         po, la pobreza, en la España contemporánea ha sido insim-                                                               la temporalidad de crisis ha consistido prioritariamente en

         bolizable.                                                                                                              la enumeración sistemática de los bienes costosos e inútiles,
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                                                                                                                                 acumulados en la última década, propuestos a la contem-


         7  Esta característica es relativamente reciente. Si bien podemos pensar                                                plación moral en una narrativa típicamente barroca. Ayun-

         en otras resistencias culturales anteriores a la hora de simbolizar el pau-                                             tamientos, bancos e inmobiliarias se endeudaron irrespon-
         perismo (con las polémicas sobre la existencia –o no– de un naturalis-                                                  sablemente, pero quedan ahí las cosas adquiridas en los años

         mo católico o la supuesta preeminencia del costumbrismo frente a otros                                                  de bonanza, perfectamente inútiles: vanidad de vanidades.
         géneros más críticos), las culturas hegemónicas de la democracia se han

         caracterizado por minimizar la representación de la pobreza, o reformu-                                                 En el caso de Bankia, la gran entidad se ha desplomado, la
         larla en clave melodramática. La España de los años ochenta, noventa y                                                  soberanía nacional se hipoteca para evitar que sus accionis-

         dos mil en el cine, la novela o la televisión ha sido fundamentalmente                                                  tas prioritarios pierdan su dinero, pero todos los bloques de
         un país de clase media, donde se vive bien y la gente es feliz, y donde el                                              casas que habían servido de activos se quedan en su sitio.

         mal irrumpe desde lo biológico (enfermedades, psicopatías), lo teológi-
         co (accidentes, atentados) y, cuando políticamente, desde el pasado. Ello                                               Las casas están donde las dejaron, como las líneas de alta ve-

         se hace aún más extraño cuando lo consideramos desde una perspectiva                                                    locidad, como las autovías privadas de peaje, como los aero-
         histórica: la novela moderna española –Galdós, Sender, Max Aub, Lafo-                                                   puertos sin aviones, como el puerto deportivo de Valencia,

         ret, Aldecoa, Fernández Santos, Delibes, o Marsé, entre otros muchos–                                                   las Ciudades de la Cultura, el estadio de fútbol de Norman
         se construye sobre el nombramiento de la miseria y sobre la expresión

         política de sus demandas. Rafael Chirbes ha dedicado textos brillantes                                                  Foster, los rascacielos, los parques temáticos... Hoy se habla
         a este problema. Y él mismo se postularía como su solución. Le sigo en                                                  de ellos como de los elefantes blancos (Harter), regalados a la

         su afirmación de que, durante la transición, hubo un ejercicio militan-                                                 población por enloquecidos marajás locales, cuyo manteni-
         te por parte de la crítica para disminuir el valor de estos modos de unir                                               miento aumenta la ruina de haberlos poseído. Aquellas en-

         política y literatura (los de la literatura realista), que conectaban en una
         tradición literaria el proceso de construcción de la democracia con una                                                 tidades que se habían usado para expresar relaciones de va-

         tradición histórica anterior a la guerra. Frente a ella, y desde el mantra
         “en España no ha habido” (Labrador Méndez), esa misma crítica poten-                                                    sin dejar espacio para su refutación, para su culpabilización, allí podía

         ciaba la creación de una literatura de nueva planta, y de aspiraciones ex-                                              verse en blanco y negro a personas rebuscando comida en la basura, y
         tranjerizantes, que dominará el pasaje finisecular de las letras democrá-                                               la rabia y el cuerpo peligroso de los jóvenes parados del sur, o, dentro

         ticas. Evidentemente, se trata de generalizaciones: es fácil pensar en las                                              de sus casas, el miedo de las familias que esperan a ser desahuciadas. Se
         múltiples voces realistas que las pobrezas encuentran en la literatura de-                                              podía ver, de pronto, el hambre, la deshumanización. “In Spain, Auste-

         mocrática (Andrés Sorel, Dulce Chacón, cierto Manuel Rivas o un Lla-                                                    rity and Hunger”, “Hunger on the Rise in Spain”. Dos años antes, tan
         mazares), pero también en sus límites y en sus constricciones de género.
                                                                                                                                 solo, la idea de que hubiese españoles pasando hambre habría resultado a
         8  Una prueba de esa resistencia la encontramos en el impacto que han                                                   todo punto excéntrica. Ahora, en blanco y negro, el impacto de la crisis
         tenido una serie de fotografías de la crisis, obra de Samuel Aranda, pu-                                                se contaba en imágenes con las técnicas fotográficas con las que se narra

         blicadas en el New York Times en septiembre de 2012. Sin ambigüedad,                                                    una guerra.





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