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analizando”. Nos hemos formado en una tradición de arte   que gobierna su forma y se atiene a unas convicciones. Si la

 bien hecho para transportar las armas del enemigo, o cuan­  película nos hubiese contado que el coronel Nicholson es ca­

 do menos para no impedir su paso. Y aunque hay otra tra­  paz de mejo rar el respeto que sus hombres sienten por ellos

 dición, el hilo rojo, nos hemos formado también en el des­  mismos pero no mediante la tarea de un puente bien hecho,

 precio y la condescendencia hacia cuantos quisieron que las   sino de un sabotaje bien hecho, tal vez habríamos podido

 historias no fueran un ornamento útil al poderoso, sino pie­  percibir cómo, en ocasiones, lo bien hecho no termina don­

 dras calientes en los bolsillos de quien salía a trabajar de ma­  de los cons tructores de puentes dijeron que terminaba, sino


 drugada.   un paso más allá, un paso que atañe a las condiciones de la

    Decir esto no significa necesariamente renunciar a Ho­  batalla.

 mero, a Shakespeare o a Tolstoi, significa no renunciar a las      En la película imaginada los saboteadores se organizan,

 preguntas; quién les permitió crear sus obras, qué las hizo   los japoneses les miran fascinados: parece que trabajan, tie­

 nacer, cómo y por qué entraron en el canon. Haciéndolas   nen hambre, cansancio, pero a veces silban, llevan el cuerpo

 descubriremos también qué zonas en sus obras se silencia­  erguido y algo les impulsa; ¿qué es? No el orgullo británico

 ron, quién halagó qué defectos, o aquello que entendemos   y colonialista de hacer un puente mejor que el de los


 como defectos, etcétera. Significa también no renunciar a   japone ses. No la disciplina puesta al servicio de un canon de

 hacer esas mismas preguntas sobre esas obras que admira­  los puentes que parece universal aun cuando la historia lo

 mos y permanecen expulsadas del canon, hasta que llegue, o   vaya derribando una y otra vez. No una calidad separada de

 no, su momento.   la tierra y de la vida o, aún peor, ligada a quienes dominan y

    Volvamos al puente y a la película y pensemos qué pa­  quieren poner el arte a su servicio. Les impulsa un propósito

 saría si esos que silban organizados no fueran los que se han   que no está separado de los medios, lo cual sería como decir

 adherido a la disciplina del coronel Nicholson y han acepta­  que un buen sabotaje exige algo parecido a la armonía, nues­

 do su concepción de una calidad separada de los fines, y fue­  tra armonía, nuestro orden, nuestra fuerza.

 sen en cambio quienes trabajan en el puente con voluntad      En 1997 la poeta Adrienne Rich rechazó la medalla na­


 de sabotearlo. Ya no están abandonados al caos y a la super­  cional de las Artes, y en su carta de rechazo escribió: “A lo

 vivencia sino organizados cuando buscan barro para ablan­  largo de mi vida he visto movimientos por la justicia social

 dar el cemento, y silban cuando recolectan termitas para   ampliar el espacio del arte, el poder del arte para romper la

 colocar en los pilares. Tal es el extraño poder de la represen­  desesperanza. En las últimas dos décadas he sido testigo del

 tación. Pues no es la idea del puente bien hecho la que nos   impacto, cada vez más brutal, de la injusticia racial y econó­

 conmueve en la película, sino la capacidad que tiene una ta­  mica en nuestro país. No hay una simple fórmula que rela­

 rea para con ver tir a un grupo de seres que apenas sobrevive,   cione el arte con la justicia. Pero sé que el arte —en mi caso


 que se deja llevar por la sumisión y el miedo, en un conjunto   el arte de la poesía— no significa nada si simplemente de­






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