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yectada de la distopía hubiese sido súbitamente alcanzada,   su cordón sanitario de no ser para ir a trabajar. Como expo-

 el cierre de fronteras y el cerco de territorios específicos, la   nía una pancarta viralizada en internet, las vecinas de Villa-

 proscripción del contacto físico y el aislamiento individual,   verde o Vallecas debían confinarse en sus casas después de


 la imposición de  pautas en la circulación de los cuerpos en   tomar un transporte público abarrotado para limpiar las ca-

 el espacio, todo ello atravesado por la amenaza global de la   lles, cuidar a las ancianas, servir la comida y repartir los pa-

 enfermedad, han interrumpido la normalidad para trans-  quetes de los barrios pudientes y, correlativamente, menos

 portarnos a un tiempo nuevo cuyos inquietantes atributos   afectados.

 parecen leerse más fácilmente a través de los imaginarios de   Pronto se sucedieron las críticas y las protestas —junto


 la ciencia ficción más determinista.  con algunas cargas policiales— y en este clima de reactuali-

 En España, como en otras latitudes, desde marzo de 2020   zación de la guerra de clases no faltó quien en seguida vol-

 los artículos de prensa, las columnas de opinión, la televi-  vió a subrayar el carácter distópico de las medidas de con-

 sión y las redes no han dejado de subrayar las similitudes   tención. En particular, algunas señalaron las (ciertamente


 entre esta crisis y los relatos distópicos, así como sus coinci-  sorprendentes) coincidencias con la serie de televisión La

 dencias con narraciones concretas que se interpretan ahora   Valla (emitida desde enero de 2020), una distopía futurista

 como premonitorios vaticinios de esta tragedia que estaba   en la que la expansión de un virus mortal lleva a construir

 por venir.   una valla entre la zona rica y la pobre de Madrid. Las prota-


 Un ejemplo claro, entre muchos otros posibles: cuando   gonistas de esta ficción solo pueden atravesar dicha fronte-

 el pasado septiembre los contagios volvieron a dispararse en   ra para ir a trabajar a las casas nobles, previa desinfección y

 Madrid, la presidenta de la Comunidad Autónoma declaró   presentando el correspondiente salvoconducto.

 un confinamiento selectivo para ciertos barrios de la perife-  Si la pandemia ha renovado el interés por la distopía, bien


 ria de la capital. Estos acusaban una mayor incidencia pre-  es cierto que no se trata de una novedad, sino que, como ha

 cisamente porque acogían a un sector de la población cu-  estudiado Diana Q. Palardy, desde la crisis económica de

 yos empleos no podían traducirse al teletrabajo, grupos de   2008 el género había vivido una popularización que no ha

 la clase trabajadora (buena parte de ellos migrantes sin ape-  hecho sino rebrotar una década después. En este estudio so-


 nas derechos laborales), empleadas en el sector servicios y,   bre la imaginación distópica en la literatura y el cine espa-

 además, cuyo moderado poder adquisitivo las llevaba a vivir   ñol, Palardy rastrea y analiza la proliferación de estas obras

 en pisos más pequeños donde la distancia social se hace más   que, poco antes, parecían relegadas a un nicho minoritario

 difícil de mantener.  y de poco prestigio cultural. Publicado en 2018, el libro de


 El sesgo de clase de la medida se acentuaba en el detalle   la investigadora de la Universidad Estatal de Youngstown

 de que la población de estos barrios tenía prohibido salir de   (Ohio, EEUU) recobra actualidad apenas dos años después,






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 Revist a   de   alces XXI                                    Número  4 , 2019-2020
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