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Si la imaginación en su estado primigenio nos proveyó de   Sabedor de las voces diversas que brotaban dentro de él,

 nuestro primer amigo imaginario, dios (nuestro cómplice   Pessoa encauzó sus escritos y poemas a través de varios hete-

 infantil colectivo), tal vez sea necesario reinventárnoslo en   rónimos o alter egos a lo largo de su vida. No es de extrañar,

 tanto espejo que es de nosotros mismos, en tanto mito por   pues, que esta revelación llegara precisamente a través de

 antonomasia, en tanto motor de toda fe. Ahora bien, dios   uno de ellos, Alberto Caeiro, el guardador de rebaños, ese

 es un concepto tan abierto como ilimitada es nuestra imagi-  modesto pastor de estatura mediana, mal escritor en portu-

 nación. A Fernando Pessoa, escritor portugués fundamen-  gués y con escasa instrucción, que sin embargo desvela en


 tal, su imaginación le brindó la solución a este enigma un   sus escuetos versos un conocimiento profundo y sincero del

 buen día, como quien no quiere la cosa, tal y como él mis-  mundo, una filosofía diáfana de la naturaleza. Y así nos ha-

 mo cuenta:  bla Alberto Caeiro, el hijo y maestro de Pessoa, acerca pre-

         cisamente de dios:


 Cierto día se me ocurrió gastarle una broma a Sá-Carneiro: in-

 ventar un poeta bucólico de especie complicada y presentárselo, no   Pensar en el sentido íntimo de las cosas
 recuerdo ya cómo, dentro de alguna especie de realidad. Pasé unos   es exagerado, como pensar en la salud

 días elaborando poeta, mas no lo conseguí. Ya había desistido cuan-  o llevar un vaso al agua de las fuentes.

 do un día, por fin —era el 8 de marzo de 1914—, me acerqué   El único sentido íntimo de las cosas
 a una cómoda alta, cogí papel y comencé a escribir de pie, que es   es que no tengan sentido íntimo ninguno,

 como escribo siempre que puedo. Y escribí treinta y tantos poemas
 uno tras otro, en una especie de éxtasis que no podría definir. Fue el   No creo en Dios porque nunca lo vi.

 día triunfal de mi vida, y nunca volveré a tener otro igual. Empecé   Si él quisiera que yo creyera en él

 con un título: O guardador de rebanhos. y lo que vino después fue   vendría sin duda a hablar conmigo
 la aparición de alguien a quien di en seguida el nombre de Alberto   y entraría por mi puerta adentro

 Caeiro. Pido perdón por lo absurdo de la frase: de mí había surgi-  diciéndome ¡Aquí estoy!
 do mi maestro. Fue ésta la sensación inmediata que tuve. Tanto es

 así que, escritos los treinta y tantos poemas, cogí en seguida más pa-  (Tal vez es esto ridículo a los oídos

 pel y escribí, también uno tras otro, los seis poemas de Chuva obli-  de quien, por no saber lo que es mirar las cosas,
 cua, de Fernando Pessoa. Inmediata y totalmente... Era el regreso   no comprende a quien habla de ellas

 de Fernando Pessoa —Alberto Caeiro a Fernando Pessoa— sólo él.   con la forma de hablar que el observarlas enseña).

 O mejor: era la reacción de Fernando Pessoa contra su inexistencia   Pero si Dios es las flores y los árboles

 en tanto que Alberto Caeiro.   y los montes y el sol y la luna,
 Fernando Pessoa,   entonces creo en él,

 Poemas de Alberto Caeiro,   entonces creo en él en todo instante

 Visor, 1995.   y mi vida es toda una oración y una misa
                y una comunión con los ojos y por los oídos.







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 Revist a   de   alces   XXI                                              Número  1 , 2013
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