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Pero si Dios es los árboles y las flores                                                                         es lo mismo que la verdad universal). El Tao Te Ching repre-
                y los montes y la luna y el sol                                                                                  senta, a mi entender, la confluencia misma de la poesía y la

                ¿para qué le llamo Dios?                                                                                         razón, el conocimiento intuitivo en toda su sencillez y tras-

                Le llamo flores y árboles y montes y sol y luna;
                porque si él se hizo, para que le viera yo,                                                                      cendencia. El Tao es la fuerza primordial de la naturaleza,

                sol y luna y flores y árboles y montes,                                                                          de todo lo que es y lo que no es, “es anterior a los dioses”. Y

                si él se me aparece como árboles y montes                                                                        en uno de sus concisos epigramas se dice:
                y luna y sol y flores,

                es que quiere que le conozca
                como árboles y montes y flores y luna y sol.                                                                            Sólo a aquel que sienta el mundo como siente su propio cuerpo


                                                                                                                                        se le puede confiar el mundo.
                Y por eso le obedezco
                (¿Qué más sé yo de Dios que Dios de sí mismo?),                                                                                                                                      Lao Tsé, Tao Te Ching

                le obedezco en vivir, espontáneamente,

                como quien abre los ojos y ve,
                y le llamo luna y sol y flores y árboles y montes

                y le amo sin pensar en él

                y le pienso viendo y oyendo
                y ando siempre con él.





         Esto escribía Pessoa, entre otras muchas cosas, a principios

         del siglo XX. Veintiséis siglos antes, siglo más siglo menos,

         un anciano de 81 años llamado Lao Tsé, que viajaba a lo-

         mos de un búfalo de agua, era retenido por un aduanero en


         el paso de Shanggu, en la provincia de Qin, China. Aquel

         hombre, habiendo reconocido al ilustre filósofo, le rogó y

         suplicó que se quedara en su casa un año antes de marchar-

         se al destierro, y que escribiese en ese tiempo un libro ex-

         poniendo su doctrina. Un año más tarde, Lao Tsé se perdió

         camino al oeste, adentrándose ya para siempre en el país de

         los bárbaros, mas no sin antes haber dejado escrito en 81


         precisos epigramas lo que de ahí en adelante se conocería

         como Tao Te Ching. En este libro quedan sentadas las bases

         del taoísmo (Tao: “el camino”, el cambio permanente, que






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