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Es efectivamente desconcertante cuando confrontamos nio para cuya obtención es necesario el sometimiento coti-
el comportamiento de un individuo (de cada uno de no- diano de un país; invertimos nuestros modestos ahorros en
sotros) con el de este mismo individuo integrado en una cuenta y los a su vez modestos beneficios (“haz que tu
la masa, con el comportamiento inmoral del conjun- dinero trabaje”) provienen del caos de los mercados finan-
to social. Existen, pues, distintas escalas en el compor- cieros y de las terribles consecuencias que su caprichoso de-
tamiento moral. Günther Anders aborda certeramente venir causan a lo largo del ancho mundo, quién sabe dónde.
esta cuestión en una carta dirigida al entonces presiden- Ese sutil terror de la participación, como decía Anders. Mien-
te Kennedy, en la que apela a éste a hacerse cargo de la tras tanto, los ciudadanos occidentales además aprovecha-
terrible injusticia que se estaba cometiendo con Eatherly: mos el rato libre para dar lecciones de moral y decencia al
mundo entero. ¿Tiene sentido todo esto?
Comportarse de forma irreprochable en la vida privada no es
gran cosa, pues en esta esfera la costumbre suele sustituir a la Como dice Kubrick, se hace necesario realizar un enor-
conciencia. Es para enfrentarse al sutil terror de la participación me esfuerzo intelectual y emocional para asimilar todo eso
para lo que se requiere una auténtica autonomía moral y un ver- y poder actuar en consecuencia. Precisamente él, en una
dadero valor cívico. apasionante y enjundiosa entrevista que le hizo en los 60 la
Hoy es posible llegar a ser inocentemente culpable. revista Playboy (sí, hasta las revistas eróticas de antaño te-
Günther Anders, nían más chicha que algunas publicaciones supuestamente
Más allá de los límites de la conciencia, sesudas de nuestra actualidad), aborda esta descorazonado-
Paidós, 2003. ra perspectiva.
Pensemos en la inquietante pasividad mostrada por el pue- PLAYBOY: Si la vida carece tanto de sentido, ¿vale la pena vivirla?
blo alemán durante el nazismo ante la barbarie cometida
a su alrededor y en su nombre. ¿No existe acaso, salvan- KUBRICK: Sí. Para aquellos de nosotros que de alguna mane-
do ciertas diferencias, una equidistancia clara entre aquella ra conseguimos enfrentarnos a nuestra mortalidad. La gran ca-
rencia de sentido de la vida obliga al hombre a crear su propio
mansedumbre moral, tan denigrada con el tiempo, y la que significado. Los niños, por supuesto, comienzan la vida con una
muestra el ciudadano occidental al ignorar, día tras día, y a capacidad innata de maravillarse, de experimentar alegría total
menudo voluntaria e interesadamente, la consecuencia de por algo tan simple como el verdor de una hoja. Pero a medi-
nuestras dinámicas colectivas? Hoy en día nuestros más ba- da que crecen, el conocimiento de la muerte y la decadencia co-
nales actos cotidianos conllevan una injusticia estructural, mienza a afectar a su consciencia y debilita sutilmente su placer
de vivir, su idealismo y su asunción de la inmortalidad. A medi-
humana y ecológica, de una escala nunca antes concebible da que un niño madura, ve la muerte y el dolor en su entorno
en la historia. Enchufamos el ordenador y 300 kilómetros y comienza a perder fe en la fe y en la bondad innata del hom-
más allá una central nuclear combustiona una barra de ura- bre. Pero si es razonablemente fuerte, y afortunado, puede sa-
lir de este crepúsculo del alma en un renacimiento del ímpetu
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Revist a de alces XXI Número 1 , 2013