Organizado por Óscar Pereira Zazo (opereira1@unl.edu)
Los estudios culturales tienden a convertir los objetos de investigación en pseudodisciplinas consagradas a airear vocabularios distintivos, y ello a pesar de la profesión de fe interdisciplinar que suele ser habitual en el campo. Conviene tomar nota del surgimiento y desarrollo de la economía ecológica, ya que es un gran ejemplo de cómo salir de un paradigma dominante –la síntesis neoclásica– para desbordarlo adoptando un punto de vista más amplio, flexible e inclusivo. Un tránsito ejemplar: desde unos mercados estancos –autorregulados y poblados por agentes racionales que tratan de maximizar las oportunidades y minimizar los riesgos– a una perspectiva biosférica que observa los fenómenos humanos como resultado de la interacción de tres registros ecológicos: el medio ambiente, las relaciones sociales y la mente. Esta visión más amplia es un reto a asumir por aquellos que defendemos un análisis integral de la cultura. Y recuerdo aquí que la economía ecológica reserva un papel central a la crítica cultural entendida como un intento consciente de influir en la selección y decantación de la información que se adquiere por aprendizaje social. En definitiva, de la misma manera que la economía ecológica se propuso trascender las categorías y los enfoques con los que venía trabajando la economía académica, el análisis de la cultura tiene que romper el molde de los estudios culturales existentes para abrirse a la colaboración con otras disciplinas e impulsar hábitos de trabajo transdisciplinares, ampliando de paso el foco de su atención.
Dado que la consideración de la cultura en términos de aquella información que no se transmite genéticamente es excesivamente genérica, propongo esta otra más configurada: los “variados aspectos de la vida humana colectiva, desde sus bases biológicas y ecológicas hasta los sistemas de creencias y representaciones del mundo” (Carlos París). Abordar objeto tan complejo requiere la colaboración concertada de las humanidades con las ciencias sociales y las naturales. Con todo, lo que concierne más propiamente a las humanidades de toda esa diversidad de facetas de la vida es, creo yo, el examen y evaluación de las cosmovisiones, es decir, de los sistemas de creencias y representaciones del mundo de los que habla Carlos París. Al tratarse de una mediación activa que reproduce y trata de modificar las cosmovisiones, estoy hablando de un proyecto pedagógico que interviene con conciencia en la configuración de las conciencias. Y no se entienda esto solo como una invitación a hurgar en las de los demás. La exploración de las cosmovisiones solo es pensable como reconstrucción siempre inconclusa de la cosmovisión propia, como autoconstrucción sostenida en el tiempo.
El objetivo del seminario será, por tanto, el de investigar y fomentar un programa renovado de estudios culturales. No se trata de intentarlo a partir de cero ni de inventar la pólvora, sino de familiarizarnos con las mejores prácticas y propuestas existentes. Y siempre evitando en la medida de lo posible todo antropocentrismo o humanismo estrecho. No se pueden encarar los problemas que confrontamos –la creciente desigualdad, el vaciamiento de la democracia, la destrucción de la biodiversidad, el agotamiento de los recursos, etc.– sin poner a punto un nuevo humanismo que esté a la altura de los tiempos. Con palabras de Jesús Mosterín, el “espejo roto de la investigación especializada ha de ser recompuesto en una imagen global, si es que ha de servir como marco en el que analizar y resolver nuestros problemas individuales y colectivos.”