Fredric Jameson sugirió que era mejor prescindir de la estética como disciplina y Pierre Bourdieu mostró que, contra lo que sentencia el dicho, sobre gustos hay mucho escrito, sobre todo en clave sociológica. Pero el caso es que en las últimas décadas la teoría y la práctica estéticas parecen querer volver a sus orígenes, al momento en que Alexander Gottlieb Baumgarten concibiera la estética como la ciencia de lo sentido e imaginado. Dos tendencias, en particular, merecen destacarse:
- Un mayor énfasis en el impacto emocional y la depuración de las pasiones (catarsis) del receptor a la hora de enfrentarse a los objetos estéticos. Cierto rechazo, pues, de la tradición cognitivista (intelectualismo, desinterés, universalismo) y rescate oportuno del marco que Aristóteles presentó en su Poética. En definitiva, revalorización de la experiencia corporal (físico-mental).
- Una gran expansión de los objetos estéticos, que a lo largo del siglo XIX habían terminado circunscritos dentro de los límites de las bellas artes. Así lo observamos en el surgimiento a finales del siglo pasado de la estética medioambiental, que no solo se acerca a la naturaleza con una sensibilidad ecológica, sino que, además, termina por interesarse prácticamente por cualquier tipo de objetos. La experiencia estética recupera, así, la naturaleza, los ambientes construidos o no, los objetos utilitarios, las acciones humanas o las artes populares, a los que posteriormente se añadirán los acontecimientos, actividades y artefactos de la vida diaria, dando lugar a una estética de la cotidianeidad. Esta ampliación propone una redefinición de la experiencia estética: a las experiencias asociadas con la belleza y lo sublime se añade el variado repertorio emocional-cognitivo que permea el día a día —i.e., todo un abanico de gustos derivados de lo cuqui, lo bonito, lo feo, lo rimbombante, lo cutre, lo asqueroso, lo aburrido, etc.
Pues bien, el ecomarxismo se aproxima a estos vaivenes del discurso estético con curiosidad histórica y preocupación por los avatares del metabolismo social —i.e., los flujos de materiales y energía que se dan entre la naturaleza y la sociedad— y su repercusión en el metabolismo general de la naturaleza. Esta preocupación tiene un claro fundamento empírico concisamente recogido en etiquetas como antropoceno, capitaloceno o capital fósil. Además, abre una oportunidad para investigar la dimensión subjetiva de esas transformaciones, es decir, cómo evolucionan las formas de percibir y pensar el entrelazamiento naturaleza-sociedad. En breve, pues, propongo explorar el papel de la sensación y la imaginación en la mediación estética para transitar desde la estética al análisis crítico de la cultura y viceversa.
En primera aproximación, lo que compete a la sensación o a la percepción es todo aquello que está presente en el ambiente en que se encuentra el perceptor o perceptora, mientras que la imaginación es esa capacidad mental que nos permite desentendernos del aquí y ahora, del espacio y el tiempo presentes, y, por tanto, ensimismarnos en lo que está ausente. De aquí que la imaginación pueda explorar todas las posibilidades que ofrece la conciencia interna del tiempo —una de cuyas manifestaciones es la gran flexibilidad de la narrativa a la hora de ordenar temporalmente las acciones.
Las tendencias estéticas a que me refería más arriba parecen preocuparse más por lo primero (sensación/percepción) que por lo segundo (imaginación), ya que las emociones son reacciones corporales derivadas habitualmente de cambios en los estímulos ambientales. Este énfasis indica, asimismo, un mayor interés por el papel de la recepción en la comunicación estética.
En cuanto a la función de la imaginación, se investiga más a menudo cuando la atención recae en la producción del objeto estético —en principio, por la conexión que se suele establecer entre imaginación y creatividad. Es una postura razonable: el creador o la creadora se preocupa por hacer presente lo ausente mediante formas y representaciones que susciten experiencias estéticas en los receptores. Para pensar sobre este y otros temas, nos ayudaremos de una perspectiva sensible tanto a la capacidad de la imaginación para manipular el orden espacio-temporal de los acontecimientos cuanto a la productividad derivada de la dinámica entre lo imaginado y lo imaginario.
El examen de esta dinámica puede resultar muy productivo. El grado de complejidad de las sociedades interconectadas que habitamos es tal que se produce una brecha entre la experiencia inmediata de las personas y sus condiciones de existencia —es decir, las estructuras del capitalismo fósil que están detrás de tales experiencias. Las coordenadas culturales que nos afectan no son fácilmente accesibles a nuestra experiencia inmediata dado que el sistema global ausente desborda con mucho la percepción humana. La producción estética puede ser o no capaz de entretejer la experiencia inmediata con la compleja realidad ausente, y lo mismo cabe decir de la actividad de los receptores. Pero, en todo caso, la posibilidad de poder pensar, ya que no de percibir directamente, la realidades complejas y abstractas es trabajo reservado a la imaginación. De aquí la necesidad de investigar si la imaginación nos dirige a lo imaginario, entendido como lo que no puede ser real, o no. Sea como sea, el papel de la imaginación es añadir un plus de sentido a la literalidad de las representaciones artísticas al conectarlas mediante una gran variedad de estrategias con los posibles fenómenos estructurales que las explican.
Los distintos asuntos que he ido introduciendo se recogerán en una bibliografía básica resultante de la interacción de las tres dimensiones que interesan a este seminario: la investigación estética, la dinámica percepción-imaginación y la noción de capital fósil. Las intervenciones de los participantes pueden consistir en lecturas críticas de los textos, diseño de programas de investigación o presentación de análisis específicos. Cualquier otra propuesta será bien recibida.
Organizador:
Óscar Pereira Zazo
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