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guien que dibuja desde niño, que tiene cierta facilidad para   todo lo que hemos aprendido y todo lo que hemos experimen-

 ello debido a las muchas batallitas que jugó con su herma-  tado. No hay nada malo, sino al contrario, en responder con

 no sobre el papel, y que llegado el momento se decantó por   cuerpo de niño a un desorden indoloro (en desencajarse de vez
                en cuando del orden severo de la historia y la naturaleza), pero
 ese medio de expresión por simple y pura comodidad (que   esta obligación de reírse sin razón, al margen del mundo, se ha

 tiró por lo fácil, vaya). Lo gráfico, por tanto, o la imagen   convertido hoy en la ley misma que organiza nuestra percep-

 en su dimensión más amplia, por supuesto que me interesa,   ción y eso hasta el punto de que lo que no comparece bajo la

 en tanto constituye en buena medida mi campo de trabajo,   forma de gag ni nos compromete ni nos conmueve. Sólo los es-


 pero no es lo que me interesa.  tímulos que inducen en nuestro cuerpo una respuesta mecáni-

 Por otra parte, y si nos fijamos en nuestro entorno vital   ca, sólo los que nos arrancan —con una carcajada o una emo-
                ción atómica— del mundo común nos interpelan y nos excitan.
 con cierto distanciamiento, ¿qué posibilidad real tiene la   Es lo que llamamos equivocadamente “el triunfo de la imagen”

 imagen (y más aún lo gráfico) de conmover —de impactar   para describir una experiencia caleidoscópica construida a base

 verdaderamente en las conciencias— en un mundo sobres-  de golosinas visuales cuyos residuos diurnos (el dolor, la miseria,

 aturado de imágenes, la mayor parte de ellas concebidas con   la muerte) no nos incumben.

 un solo propósito: apuntalar nuestro modelo de vida? Evo-


 quemos, por ejemplo, lo que podía significar la experiencia   El gag más reciente, el gag paradigmático al que tratan en vano

 de contemplar un icono bizantino en la penumbra de una   de imitar todos los autores y todos los géneros —lo he dicho
                otras veces— es el de las Torres Gemelas de Nueva York: caye-
 iglesia en la edad media, en un tiempo (casi toda la histo-  ron de un modo al mismo tiempo tan increíble y tan familiar

 ria hasta muy recientemente) en el que la imagen misma   que sus 2.500 muertos apenas mancillaron el espectáculo. Pue-

 era lo excepcional, y por tanto estaba cargada de “potencia”.   de que algunos, en Palestina o en Pakistán, contemplaran la es-

 Haciéndolo nos damos cuenta de cuánto se ha desvaído en   cena como la inversión vindicativa del relato imperialista y se

 nuestros días ese poder, de cómo se ha integrado en nuestra   alegraran del golpe con rabia de revancha, pero los demás re-
                accionamos, en Madrid e incluso en Washington, de un modo
 cotidianeidad, de hasta qué extremos se ha banalizado, no   menos elaborado, por debajo de toda ideología y antes de toda

 ya en su forma, sino lo que es más grave, en su contenido.   reflexión: sencillamente disfrutamos muchísimo. Técnicamen-


 La imagen, en su desbocada e interesada multiplicidad, ha   te fue un gag tan bueno que un placer superior sólo podrá ya

 perdido gran parte de su fuerza en aras de apuntalar un es-  proporcionárnoslo una explosión nuclear. Tan bueno fue, nos

 tímulo mucho más primario, que como dice Santiago Alba   impuso un gozo tan elemental, tan puro, tan infantil, que im-

 Rico, es el primordial de nuestra realidad actual: el gag.  plorábamos sin descanso, como hacen los niños con el tío que
                se saca un bombón de las orejas: “hazlo otra vez”, “que ocurra


 Si el arte es la posibilidad —según Kant— de pensar al mar-  otra vez”.
 gen del concepto, el “gag” es la obligación de reírse sin media-                Santiago Alba Rico,

 ción racional o narrativa: una especie de “universal” de las vísce-  Walt Disney y los terroristas suicidas,

 ras ante el que rendimos una y otra vez, con ruido de sonajero,                    prólogo a Dinero,
                                                     de Miguel Brieva, Mondadori, 2008.




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 Revist a   de   alces   XXI                                              Número  1 , 2013
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