Ellen Mayock
ALCES XXI: II Jornadas, Madrid, 2013
Mesa redonda sobre ciencia/tecnología
“Lab-lit”: Ciencia y tecnología feminista-humanistas en la novela española actual
…¿A qué te referías con la terminal? ¿Al libre albedrío?
¿Al factor humano? ¿Y si no existen? ¿Y si nunca pudimos haber
hecho una cosa distinta de la que hicimos?
(Gopegui, Acceso no autorizado, 236)
En este momento en que Steve Jobs ha llegado a ser una deidad de la tecnología, la innovación y los negocios y en que su muerte le convierte en mártir de los inventores, repican ecos de la cultura de finales del siglo XIX. En aquel momento el naturalismo había llegado a representar un tipo de choque-fusión entre literatura y ciencias, una manera de que los literatos pretendían aplicar métodos científicos a su composición e incorporar temas médico-científicos en su obra. Este enfrentamiento y/o colaboración entre ciencias y literatura también representa, en una palabra, angustia—una angustia ante la incertidumbre del papel de la religión en un mundo que parecía ser cada vez más objetivo, ante la percibida pérdida del poder del ser humano a su medio ambiente y a su destino genético y ante un mundo cada vez más conectado con seres humanos que a veces se sentían anónimos y aislados. Estos conceptos se manifestaron en la filosofía de Miguel de Unamuno (con sus divisiones entre corazón, cabeza y estómago) y en la retórica circundante a la llamada Generación del 98, y se agudizaron después con el vertiginoso ritmo de cambio a finales del siglo XX y comienzos del siglo XXI (ordenadores, tecnología celular, genética, partícula de Higgs, etc.). En los años 1880, además, algunos presagiaron la muerte del libro “a manos del periódico” (Adolfo Llanos citado en Paolini, 33), una preocupación reiterada hoy en día con respecto a las dudas ante la futura supervivencia de los libros en papel.
Esta angustia incrustada en la literatura de tinte naturalista del siglo pasado y del presente, combinada con el concepto del ‘ciborg’ de Donna Haraway, permite un análisis de la construcción de una conciencia científico-cibernética en la novelística contemporánea. Quisiera evaluar los ejes potencialmente feministas de los retratos de la biología/ecología y de la informática/tecnología de tres novelas del siglo XXI para pensar más profundamente en lo que plantea la vicepresidenta en Acceso no autorizado: “Dicen que los cambios tecnológicos, la red, contribuyen a que desaparezca la intimidad, pero más bien parece que es lo íntimo lo que gana terreno y es lo público lo que empieza a desaparecer. […] No entiendo por público el espacio de los focos y la cinta de inaugurar, sino aquel donde el respeto tiene su origen” (Acceso, 312). En esta afirmación de la actual falta de fronteras entre lo íntimo y lo público se escucha el lema popular y duradero de las y los feministas estadounidenses “Second Wave” de que “lo personal es político” (y viceversa).
En 1987 Bruno Latour populariza el término “tecnociencia” para captar la idea de la ciencia hecha en el laboratorio (“adentro”) y emitida al mundo (“afuera”) a través de la movilización de una gran variedad de recursos, incluyendo en gran parte la tecnología y las crecientes redes de comunicación (Haraway 240). Latour emplea una retórica bélica al hablar de “los ejércitos de personas que hacen ciencia” (Haraway, “Mice”, 240). La doctora Jennifer Rohn en 2001 genera el neologismo “lab lit”, que se refiere a “la literatura relacionada con los científicos”. Su sitio web-blog, LabLit.com, “se dedica a la auténtica cultura de laboratorios y al retrato y las percepciones de esa cultura—cienca, científicos y laboratorios—en la ficción, los medios comunicativos y la cultura popular en general”. Estos dos términos, uno de los años 80 y el otro de principios del nuevo milenio, revelan una preocupación por la tradicional ubicación de las ciencias en el lugar fijo, definido, reservado para los (y no las) más inteligentes y adeptos, y universalmente reconocido del laboratorio (batas de científico, gafas protectoras, tubos, soluciones de limpieza) (el “adentro”), una imagen que ya no compagina con la realidad de la omnipresencia de las ciencias y sus productos—en lo académico, sí, pero también en el gimnasio, la pantalla del usuario común, las etiquetas del supermercado y la consulta del médico (el “afuera”). Es más, “lab lit” reconoce la creciente fascinación por los científicos, sus métodos y sus medioambientes laborales en la literatura, la torre de márfil de las humanidades. Las puertas cerradas de ese laboratorio masculino (y, por ende, percibido como “universal”) y estéril se abren al mundo, un mundo lleno de personas no hombres y no blancas. Este contacto con un mundo tal vez menos reverente en cuanto a ciencias remoldea no solo el concepto cerrado de las ciencias, sino que también cuestiona la supuesta objetividad del trabajo producido en el laboratorio, así poniendo en duda también la legitimidad en sí no de las ciencias, sino de su carácter superior y aislante.
El presente ensayo estudia tres novelas españolas contemporáneas en las que figuran personajes femeninos en escenarios de laboratorios o relacionados con los laboratorios: El padre de Blancanieves (Belén Gopegui, 2007), Instrucciones para salvar el mundo (Rosa Montero, 2008) y Acceso no autorizado (Belén Gopegui, 2011). Empleo la noción de Evelyn Fox Keller de la subjetividad científica y el concepto de Donna Haraway de las “difracciones feministas en los estudios de las ciencias” para plantear que estos personajes femeninos reforman ideas tradicionales sobre el medio ambiente estéril y positivista de los laboratorios, que cuestionan y frecuentemente desdibujan las fronteras actualmente artificiales entre ciencias y humanidades y que emplean la tecnología no para crear una red pública altamente fría y enajenante sino para promover la posibilidad de una más íntima, personalizada y socialmente comprometida.
En su brillante ensayo titulado “The Dilemma of Scientific Subjectivity in Postvital Culture”, Evelyn Fox Keller argüye que el postmodernismo nos recuerda que la idea de un “ser” (marcos de cita suyos) interior y vital es tanto artificial como efímero (417), y advierte que vamos perdiendo la realidad del cuerpo de carne y hueso y el valor atribuido a estos cuerpos:
Reminders of continuity may be especially pertinent in the face of political crises that depend for their very meaning on the twin technologies of representation and intervention, on the proximity and interchangeability of simulated war games and enacted war, on an overdetermined synergy between the symbolic, political, and technological effacement of flesh-and-blood bodies consigned to immateriality. (417)
De hecho, en el contexto de los Estados Unidos, la noticia reciente de que las mujeres soldados puedan participar en el combate directo se relaciona con este concepto de borrar la corporalidad en los estudios científicos y en los nuevos esfuerzos tecnológicos. Este permiso radica más en la noción de las guerras tecnológicas, luchadas por máquinas o combinaciones centúricas de máquina-avión-camión-robot-personas, es decir, la superación del cuerpo humano en la guerra, en que se refleja la creciente libertad de la mujer en el ámbito laboral del ejército (y ni comentar aquí la perspectiva demasiado corporal de la mujer en cuanto a la tasa de violaciones en las fuerzas armadas). Entonces, este mundo hecho por un mise en abîme de simulacros de juego, medios comunicativos, trabajo y guerra casi se ha convertido en lo que antes reconocíamos como literatura, es decir, el mundo hecho ficción, y a veces una ficción inverosímil. Lo que denomina Keller “una sinergía sobredeterminada entre lo simbólico, lo político y lo tecnológico” (417; traducción mía) representa este enfrentamiento y/o fusión entre ciencias y humanidades. Keller entonces fecha para la segunda mitad del siglo XIX el momento en que el científico masculino llegó a ser el “no-hombre”, o sea, la voz objetiva de la ciencia, sin pizca de ironía ni conciencia de lo que formulan y representan las ciencias (418-419). Cita la palabra de Brian Rotman para describir este nuevo sujeto objetivo, el “metasubject: invisible, autonomous, virtual” (419).
Entra aquí la mujer científica de los siglos XX y XXI, y se empieza a derrumbar el concepto del laboratorio estéril y escéptico con sus datos aparentemente producidos y difundidos por estos metasujetos objetivos. Si el hombre es universal y la mujer es otra, entonces el hombre científico representa la objetividad máxima de lo universal, y la mujer científica entra como virus en el laboratorio, cambiando sus sistemas, su función y sus productos. En Instrucciones para salvar el mundo, Rosa Montero juega lúdicamente con este sujeto femenino científico a través del personaje de Cerebro, la bióloga-filósofa alcohólica que escandalizó a la academia de los años 70 con la supuesta manifestación de un deseo lésbico y que se convirtió después en una mosca de la barra, tomando sus copas de manera huraña y cerrándose en la generosa amplitud de su ‘cerebro’. Este retrato del personaje le otorga (1) un carácter dotado de inteligencia de cierto grado de éxito profesional e indagación científica, (2) la experiencia de haber superado barreras genéricas en cuanto a las profesiones científicas y (3) la libertad de ser una persona fracasada, mísera y abiertamente fuera de los papeles genéricos prescritos en su juventud. En su expresión del deseo sexual, Cerebro, de manera transgresora, se porta como el “new man of science [who] had to be a chaste, modest, heterosexual man who desires yet eschews a sexually dangerous yet chaste and modern woman” (Boyle citado en Haraway, “Feminist Diffractions”, 434). Es decir que su deseo de una mujer refleja al “nuevo hombre de la ciencia”, aunque ya vemos que tanto su deseo como las acciones impulsadas por este deseo se convierten en castigo profesional y personal.
Además, en el presente estado de ser un cerebro de “demasiados años macerados en alcohol” (65), el personaje Cerebro todavía puede dar discursos sobre la selección natural a largo plazo de Darwin y los ajustes hechos a corto plazo entre generaciones directas de Lamarck (e interpretados por Kammerer) (64-65). No es la capacidad de su intelecto lo que asombra, sino el lugar físico del discurso—un bar de un burdel al lado de la carretera. Entonces, el laboratorio se desplaza del frío anfiteatro blanco del laboratorio al sucio, imprevisible y dudoso ambiente del bar, pero con la misma difusión de los debates científicos argüidos en lugares más tradicionales. Cerebro concluye su discurso de catedrática hablando de la ley de la serialidad de Kammerer, una ley basada en los estudios de las coincidencias que postula que el universo tiende hacia la unidad (67). Esta ley de serialidad se relaciona estrechamente con el concepto de la red literal y virutal de nuestras vidas, un acercarnos cada vez más y establecer mayor unidad, a la vez que nos damos cuenta de nuestras infinitas diferencias. Mientras se desarrollan las conversaciones entre Cerebro y Matías, a la par de su amistad basada en la docencia, Matías “sentía un vago respeto religioso por los misterios de la ciencia” (108). Montero irrumpe con la presencia de la mujer científica en la narración para despertar el estupor objetivo del laboratorio también al mencionar a Madame Curie y sus “mil millones de átomos” 184), así estableciendo una trayectoria de mujeres en las ciencias a lo largo del siglo XX. Al plantear una mayor unidad entre seres humanos y la tierra y al insertar a la mujer científica en la narración, Montero sugiere tanto un feminismo ideológico (entender y teorizar causas y consecuencias para generar mayor unidad) como un feminismo práctico (romper barreras profesionales y personales para que los hombres y las mujeres reconozcan la posibilidad de la igualdad).[1]
En El padre de Blancanieves, Belén Gopegui presenta a otra bióloga que traspasa las barreras genéricas de las ciencias. Este personaje, Eloísa, emplea sus conocimientos del campo bioquímico para crear furtivos espacios verdes en plena ciudad de Madrid. Ayuda a los demás personajes de su afiliación política y humana a instalar ocho fotobiorreactores en la terraza de una panadería para crear un producto llamado Spirulina para alimentar a más personas del planeta. Queda evidente que Elo va construyendo su propio laboratorio, un laboratorio-terraza al aire libre, con un personal no profesionalizado que, sin embargo, sabe llevar a cabo los experimentos:
Con respecto al montaje, Eloísa dijo que por el momento bastaría con que cada uno estuviera en contacto con cuatro personas más, veinte personas aun con los horarios muy fragmentados podrían poner en marcha el dispositivo. Goyo y ella, con otras seis personas, se ocuparían de montar los fotobiorreactores. Susana y Félix se dedicarían a la bomba soplante; en cuanto a Mauricio, de momento quedaba liberado con la única tarea de mantener viva la Spirulina. (179)
Este grupo de científicos reunidos para un trabajo duradero y comunitario consta de verdaderos bioquímicos y de biólogos amateur, así rompiendo el esquema fijo de esos “metasujetos” de los laboratorios de antaño. Goyo, el otro científico y pareja de Elo, mira al grupo en un momento y sintetiza esta idea de personas de carne y hueso esforzándose en la creación de su propio laboratorio:
Junto a la puerta de la escalera, Goyo se detuvo un momento para mirar los grandes tubos vacíos, inmóviles, y a su alrededor personas de distintas edades en movimiento, trabajando frente al cielo. Había una rara belleza en esa mezcla del trabajo de las personas frente a la futilidad de los tubos de dos y hasta tres metros, sin agua, de momento, sin algas, vanos y transparentes. (194)
Lo que observa Goyo en su grupo es la incarnación de la producción científica—el sujeto trabjando en sus sujetos, en vez del fantasma metasubjetivo que parece no existir en su propio laboratorio. Esta existencia en la piel del/de la científco/a va en contra del concepto del científico objetivo del siglo XIX. Donna Haraway lo plantea de esta manera:
This is the culture [the ‘culture of no-culture’ (“Feminist Diffractions, 429)] within which contingent facts—the real case about the world—can be established with all the authority, but none of the considerable problems, of transcendental truth. This self-invisibility is the specifically modern, professional, European, masculine, scientific form of the virtue of modesty. This is the form of modesty that pays off its practitioners in the coin of epistemological and social power. (“Feminist Diffractions”, 429)
La humildad expuesta por el colectivo de Elo, Goyo y Susana ni siquiera llega a ser una postura porque los miembros del colectivo no están pensando en cómo el mundo los percibe como científicos ni como productores, sino que se están enfocando en la esperanza que representa la Spirulina, la belleza de su trabajo y el horizonte de posibilidades de una colaboración de esta índole.[2] Entonces, han superado cualquier noción de una postura de humildad y objetividad precisamente en su facilidad con su propia subjetividad.
Otro miembro de este colectivo científico, Susana, también admira la belleza de sus experimentos y de su proyecto al pensar, “No pensaba que mi padre fuera a reaccionar así. El primer dispositivo ya está funcionando, la verdad es que es bastante llamativo, los tubos, el color verde de la Spirulina moviéndose con las turbulencias” (201). Además, Susana, una estudiante en el campo de humanidades, suavemente se convierte en personaje por excelencia de una novela de “lab-lit”:
Llevo tres semanas absorta con los fotobiorreactores, a ratos me impresiona que hayamos podido hacerlo. De pronto estamos transformando un poco la realidad: donde no había nada ahora está nuestro dispositivo. Cada día emitimos oxígeno y fabricamos una pequeña cantidad de aminoácidos esenciales, ácidos grasos poliinsaturados, glucosa, vitaminas, en forma de Spirulina. (201)
La cosmovisión de Belén Gopegui insiste en el trabajo y la conciencia colectivos y, como consecuencia, el feminismo es inherente. Esta visión no surge de un “postfeminismo” teorizado por personas ingenuas que creen que las mujeres ya hemos alcanzado perfecta igualdad en todos los campos de todos los países del mundo, sino que sencillamente supone que las mujeres y los hombres somos iguales y que tenemos la capacidad de colaborar de manera orgánica y organizada para aliviar los males de nuestro mundo. Luis I. Prádanos dice que, con esta novela, Belén Gopegui “deconstructs the modern self and then reconnects it with other selves to overcome postmodern fragmentation through the rise of the systemic self” (214). Lo que veo en este acercamiento es una celebración de las humanidades y de un humanismo inherentemente feminista en el ámbito del experimento y la producción científicos.[3]
El diccionario Merriam Webster proporciona esta definición de la palabra ‘laboratory’:
1
a: a place equipped for experimental study in a science or for testing and analysis; broadly: a place providing opportunity for experimentation, observation, or practice in a field of study
b: a place like a laboratory for testing, experimentation, or practice
2: an academic period set aside for laboratory work
El uso del símil “like a laboratory” pone en evidencia los nuevos modos de llevar a cabo los experimentos, no necesariamente en el edificio o el lugar designado para experimentos, sino en un lugar creado que es “como” un laboratorio.[4] Así podemos ver el mundo postmoderno del ciborg o, en este caso, de su medio ambiente, retratado por Haraway. Eloísa, de El padre de Blancanieves, Cerebro de Instrucciones para salvar el mundo, y la vicepresidenta, de Acceso no autorizado, participan en la generación colectiva de un espacio experimental fuera del laboratorio tradicional, y así revelan la preponderancia de las ciencias y la tecnología a la vez que la posibilidad de romper con antiguos paradigmas del lugar elitista y herméticamente cerrado del hombre científico en su laboratorio. Keller asevera lo siguiente con respecto al carácter posmoderno del laboratorio nuevo:
As molecular neurobiology extends its frontier ever deeper into the brain, promising to converge even on the problem of consciousness (Crick’s own favorite), the scientist himself comes to be drawn ever deeper into the machine he has created. At such a point, the circle of scientific knowledge threatens to close in on itself, and the anchoring that has until now been provided by a residually anterior knowing subject finally disappears. Clearly, a new and radically different kind of subjectivity is called for. Indeed, we can already discern within the scientific project itself the outlines of the form this new, “postmodern,” sensibility has, even as we speak, already begun to take. (424)
Entonces, por un lado, la presencia de la mujer-científica en el laboratorio destabiliza el lugar en sí y, por otro, la mujer-científica no teme colectivizar (tal como se hace entre equipos de científicos) afuera de este lugar y establecer un tipo de laboratorio innovador, colectivo, tal vez igualitario y orgánico, o sea, generado donde más fácil o naturalmente se puede instalar. El trabajo de Eloísa, Goyo, Susana y su colectivo—el de cultivar algas sin perjudicar el medio ambiente y para dar de comer a mayores números de personas—se realiza con cuidadosos planes y conversaciones y resulta en un laboratorio al aire libre en la terraza de una panadería. La realidad física de este laboratorio, que se ubica entre tierra y cielo, encima de un lugar que usa los granos para hornear una de las comidas más básicas de nuestro planeta, hace concreto el deseo de una labor colectiva que incorpore lo mejor de lo mejor de los productos típicamente hechos en los laboratorios y las fábricas (tubos, fotobiorreactores, etc.) con los conocimientos de gente entrenada en las ciencias y otra gente especializada en la política, la literatura y la filosofía. Al fin y al cabo, este laboratorio-terraza es un jardín de las ciencias que desafía nuestras expectativas sobre el carácter “puramente” artificial de la experimentación científica. Elo en un momento de la narración está cuidando de las algas de la terraza y contemplando la relativa paz de su vida mientras “[contempla] a solas un modelo celular productor de polisacáridos de alto peso molecular, y casi [percibe] el vuelo de los electrones” (248). Después se piensa:
Un día dejaría todo aquello. Morir era oxidarse, era, en cierto modo, perder los electrones, el orden que los mantenía cerca. Miró de nuevo el alga roja. Había veintinueve mil especies de algas distintas, veintinueve mil estructuras vivas, fraguadas en la dificultad de la vida acuática, produciendo compuestos bioactivos para comunicarse y defenderse; millones de entidades químicas únicas estaban ahí a la espera de que alguien quisiera comprenderlas y usarlas para mejorar la vida de otras especies. (248)
Esta correlación de Elo con las algas, efectuada al aire libre, refleja una “ruptura de fronteras crucial” (Haraway, “A Cyborg Manifesto”, 119; traducción mía) entre seres humanos y flora y fauna.[5] Además, permite y fomenta una ciencia que se jacta menos de ser empírica (aunque, claro, todavía insiste en los métodos científicos fiables) y que resulta más activista; esta ciencia define los contornos de la futura supervivencia de la especie humana, de sus compañeros en el planeta y del planeta en sí. Al mismo tiempo, este tipo de ciencia está abierto a otros campos tanto literales como figurados—a la noción del jardín como laboratorio y a las disciplinas de las humanidades, sobre todo las de la literatura y la filosofía (además de la política y la tecnología). Cuando Enrique, el padre de Susana, destruye los tubos del laboratorio-terraza, revela en su miedo al cambio el verdadero potencial de las algas.
El laboratorio de Cerebro en Instrucciones no tiene el mismo encanto natural de la terraza, pero sí insiste en el esfuerzo (paulatinamente) colectivo y el experimento práctico basado en la teoría cuidadosamente estudiada, comentada y adaptada. En sus conversaciones con el taxista Matías y, eventualmente también con Fatma, Cerebro crea un tipo de laboratorio científico de las humanidades. Imparte cursos informales desde el rincón de la barra sobre la genética y la física. Con las cada vez más astutas observaciones de su discípulo, Matías, Cerebro consigue animar un nuevo estudio sobre la ley de la serialidad de Kammerer. Este estudio planteado sutilmente desde el taburete del bar llega a ser el argumento principal de la novela en sí. El germen de la idea surge de las lecciones impartidas por Cerebro y se manifiesta en las acciones interconectadas entre los cuatro personajes principales, Cerebro, Daniel, Fátima y Matías, quienes llevan a cabo el experimento y, en el proceso de convertirse en científicos, aprenden a ser seres humanos sensibilizados uno hacia otro y todos hacia otras especies. Es más: otra vez, la ciencia depende de la filosofía y sus practicantes para expandir la perspectiva empírica del laboratorio tradicional.
La vicepresidenta (Julia) de Acceso no autorizado no es una científica tradicional, sino una científica social que desarrolla toda una carrera en la política de su nación. Entonces, en este contexto no se habla ni de un laboratorio de ladrillo y argamasa ni de experimentos de sujetos artificiales del medioambiente del laboratorio. La vicepresidenta trabaja con otros seres humanos para manejar un gobierno y un país en conexión con otros gobiernos y otros países. Lo que interesa en esta narración, entonces, es la primacía de la tecnología de las redes sociales y la determinación de quién tiene acceso a este mundo y a quién se dice “acceso no autorizado”. La vicepresidenta, en contra de sus instintos de seguridad e intimidad, se deja trabar amistad con la flecha de su pantalla de ordenador. No sabe todavía lo que el lector va descubriendo a través de la narración—que la flecha es un abogado descontento con las realidades maquinalmente capitalistas de su entorno que percibe un alma gemela en la vicepresidenta. Al revelarle cada vez más información sobre su plan de colaborar con otros países para mejorar la función y el espíritu del suyo, la vicepresidenta sabe que se está arriesgando de manera personal y política, y se da cuenta de que no tiene otra opción. Necesita espabilarse y romper el estancamiento político de su gobierno, y la flecha parece ser la única oportunidad de participar en un cambio real. Partiendo de la idea del ciborg presente en todos nosotros de Haraway, la vicepresidenta intenta remoldear la labor política y convertirla en algo que verdaderamente represente al pueblo:
The cyborg is resolutely committed to partiality, irony, intimacy, and perversity. It is oppositional, utopian, and completely without innocence. No longer structured by the polarity of public and private, the cyborg defines a technological polis based partly on a revolution of social relations in the oikos, the household. Nature and culture are reworked; the one can no longer be the resource for appropriation or incorporation by the other. The relationships for forming wholes from parts, including those of polarity and hierarchical domination, are at issue in the cyborg world. […] The trouble with cyborgs, of course, is that they are the illegitimate offspring of militarism and patriarchal capitalism, not to mention state socialism. But illegitimate offspring are often exceedingly unfaithful to their origins. Their fathers, after all, are inessential. (“A Cyborg Manifesto”, 119)
Es decir, todos nosotros somos productos de un entorno pervertido. Sin embargo, también somos capaces de reconocer y jugar con la perversión y de formar algo integral de seres completos compuestos de lo corrupto y lo ideal. En este esquema, ya no hay sinécdoque—el todo ya no representa por completo a sus partes, ni vice versa. Este concepto se desarrolla muy claramente en la estructura de El padre de Blancanieves (con su serie de protagonistas que incluye a un ser colectivo) y en el tema y la técnica de la flecha-amigo-colaborador de la vicepresidenta de Acceso no autorizado. De alguna manera, yo veo que el hombre de negro-interlocutor de la novela realista-fantástica de Carmen Martín Gaite (El cuarto de atrás) tiene su análogo en la flecha-interlocutor virtual-colaborador en Acceso no autorizado. El hombre fantástico de la novela de 1978, trasplantado al mundo virtual de 2011, ya no se tiene que conjurar, sino que se produce en y a través del experimento tecnológico llevado a cabo a duo, “un ánimo hacia un silencio que busca compañía” (Acceso, 291).
A través de las incursiones de la “lab-lit” en estas tres novelas, se logra destablizar la imagen occidental del científico hombre, blanco, cristiano y objetivo, fomentar nuevos espacios de experimento y activismo y borrar líneas entre discursos displinarios de las ciencias, la tecnología y las humanidades. Alana Brooks Smith declara que, “We have found these fresh sources [of analysis and political action] in our networking tools which establish relationships and affinity groups that cross old boundaries and rewrite rules” (76). A su vez, la teórica feminista Carolyn G. Heilbrun dice que cree que los humanistas estamos desafiando una perspectiva mundial, tal como siempre hemos visto que lo hacen los científicos (93), lo que compagina que el propósito literario-social de Belén Gopegui: “Aunque no esté de moda, siempre intento mostrar que la escritura tiene una función en la sociedad. […] Yo creo que en concreto, la novela, en este momento, tiene un sentido” (en López-Cabrales, 82).
Obras citadas
Brooks Smith, Alana. “The Politics of Participation: Revisiting Donna Haraway’s ‘A Cyborg
Manifesto’ in a Social Networking Context”. Anamesa (Fall 2009): 68-77. Impreso.
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Escudero Rodríguez, Javier. La narrativa de Rosa Montero. Hacia una ética de la esperanza.
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Gopegui, Belén. Acceso no autorizado. Barcelona: Mondadori, 2011. Impreso.
____. El padre de Blancanieves. Barcelona: Anagrama, 2007. Impreso.
Haraway, Donna. “A Cyborg Manifesto: Science, Technology, and Socialist-Feminism in the
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____. “A Cyborg Manifesto: Science, Technology, and Socialist-Feminism in the Late 20th
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Heilbrun, Carolyn. “Women, Men, Theories, and Literature.” Reimpreso en Profession 2012
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Keller, Evelyn Fox. “The Dilemma of Scientific Subjectivity in Postvital Culture.” The Disunity
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Stanford: Stanford UP, 1996. 417-427.
Martín Gaite, Carmen. El cuarto de atrás. Barcelona: Destino, 1990. Imprso.
Mayock, Ellen. “El espacio colectivo en El padre de Blancanieves de Belén Gopegui.” Revista
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____. “Ideology and Utopia in Belén Gopegui’s El lado frío de la almohada.” Letras
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____. “West Meets East in Rosa Montero’s Instrucciones para salvar el mundo.” Cuaderno
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Montero, Rosa. Instrucciones para salvar el mundo. Madrid: Punto de Lectura, 2009. Impreso.
Paolini, Gilbert. “La interacción vida-ciencia-literatura en la España de 1886: El caso Galeote y
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Prádanos, Luis I. “Writing an Engaged Novel in the Network Society. Belén Gopegui Systemic
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Writing. Shaping Gender, the Environment, and Politics. Eds. Estrella Cibreiro y
Francisca López. New York: Routledge, 2013. 208-223.
Rohn, Jennifer. Lablit.com. (Webzine) 1-7-13. Web.
[1] Véase “West Meets East in Rosa Montero’s Instrucciones para salvar el mundo” para un análisis del cruce entre género, lugar de origen y clases sociales en la novela. También se puede ver La narrativa de Rosa Montero. Hacia una ética de la esperanza de Javier Escudero Rodríguez, donde el autor establece que, “su deseo de lograr una sociedad más humana, donde reine la tolerancia, la igualdad, la justicia y la solidaridad, le ha llevado a defender una serie de ideas y valores específicos, sustentando un proyecto con una indudable carga didáctica y convirtiéndose en conciencia moral de su sociedad” (11).
[2] Véase “El espacio colectivo de El padre de Blancanieves de Belén Gopegui” para un análisis del funcionamiento del ser colectivo en esta novela.
[3] A este respecto escribe Donna Haraway: “If, rooted etymologically in the Greek trópos, tropes are what make us swerve, what make us notice what we did not already know how to see, then refiguring the actors and actants in technoscience is a modest orthopedic exercise for becoming less literal-minded—a kind of aerobics for academics, perhaps. Experiments are tropic practices; they make their participants, human and nonhuman, swerve. In science studies, analytical and narrative choices are tropic choices. They determine whether we turn from the falsely self-evident or not. Immodestly, I like to figure feminist science studies as a practice of contributing to worldly diffractions” (“Feminist Diffractions”, 430).
[4] El Diccionario de la Real Academica Española se refiere a la palabra “artificial” en una de sus definiciones de ‘laboratorio’:
(Del laborar y -torio).
- m. Lugar dotado de los medios necesarios para realizar investigaciones, experimentos y trabajos de carácter científico o técnico.
- m. Realidad en la cual se experimenta o se elabora algo.
~ de idiomas.
- m. En un centro de enseñanza, sala equipada con medios audiovisuales, donde los alumnos se entrenan en la práctica oral de una lengua extranjera.
de ~. 1. loc. adj. Creado de forma artificial. U. m. en sent. despect.
[5] Véase “Ideology and Utopia in Belén Gopegui’s El lado frío de la almohada” para un análisis de la convivencia entre ideologías e ideales.